Tíbet no puede celebrar estos días el aniversario de la proclamación de su independencia. Hace 100 años, el 13 de febrero de 1913, nacía un país con una tradición milenaria y liderada por monjes budistas.
Hoy, cuando se cumpliría el primer siglo de su liberación, el Tíbet describe su situación como un "genocidio cultural".
China ocupa desde 1950 el pequeño país de los monjes. La llegada del comunismo al gigante asiático fue seguida de una nueva opresión del Tíbet. Miles de templos fueron destruidos, se encarcelaron a los opositores y Dalai Lama se vio obligado al exilio.
Las autoridades chinas aseguran que su dominio en la región ha traído desarrollo económico, hospitales, infraestructuras y escuelas, mejorando la vida de la población y borrando el pasado feudal y teocrático que regía bajo los lamas.
Sin embargo el Gobierno chino no permite que periodistas, ONG u organismos internacionales comprueben por sí mismos la supuestas mejoras para los tibetanos.
La que en un principio fue una resistencia pacífica, cada vez comienza a tomar un cariz más violento. Los tibetanos se quedan sin tiempo, argumentan, para reconstruir su país. China responde con miles de soldados y represión en la zona, pero no han podido terminar con la llamada “revuelta de los bonzos”.
Desde marzo de 2009, al menos 100 Tibetanos se han auto inmolado en protesta contra represión y la marginación de China. El último, un joven de 20 años que se ha prendido fuego este miércoles en un templo de Katmandú mientras gritaba consignas pro-tibetanas. Son los vanos intentos de la población local por dar voz a sus deseos y hacerse notar de cara a la comunidad internacional.
Hoy en más de 30 ciudades del mundo, tibetanos y partidarios del Tíbet, organizados por la asociación “Estudiantes por un Tíbet libre”, han organizado distintas ceremonias, exposiciones y acciones de protesta en embajadas chinas y consulados para conmemorar el Centenario de Día de la Independencia. Piden la restauración del Tíbet como una nación soberana.
Los bonzos, que incluyen menores de edad, son vistos por la población local como los nuevos héroes de la causa, homenajeados como mártires a pesar de la escasa efectividad de sus protestas.