Lo conocían como el "DJ de la droga", siendo el narcotraficante más importante de Iquique que escondía sus delitos tras la fachada de una discotheque. Su círculo era tan cerrado, que un agente de la PDI se infiltró durante meses para desbaratar la organización.
El sujeto infundía temor con torturas y sicariato, en donde el ciudadano colombiano controlaba el narcotráfico en Iquique al ocupar el lugar que otras organizaciones dejaron tras ser desarticuladas por la policía, con una de las mafias que operaban en el norte.
El fiscal occidente, Pablo Sabaj, señaló que tenía "disciplina de narcotraficante", siendo siempre custodiado por personas y que no era ostentoso con las ganancias que obtenía del negocio de la droga.
Por esta razón, un local nocturno de Iquique era la perfecta fachada para realizar millonarias transacciones y concretar su trabajo con burreros, correos humanos que con múltiples estupefacientes pasaban controles en los vuelos nacionales para transportar a Santiago el cargamento.
El Ministerio Público agregó que el hombre utilizaba el miedo como elemento de negociación cuando él estimaba que no habían cumplido los compromisos, utilizando torturas a quienes consideraban "traidores".
Pero para que quedaran al descubierto sus delitos, la PDI realizó un trabajo que consistió en infiltrar a un agente encubierto, quien se insertó en el mundo delictual para ganar la confianza de la organización y así desarticularla.