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¿A dónde se fueron esas rojas cabinas telefónicas británicas?

Son un símbolo británico muy apreciado y, sin embargo, se han vuelto redundantes. Ya muy pocos las usan por gusto, necesidad o emergencia como antaño, pero hay un lugar en el que las tratan con cariño.

24horas Administrator

Domingo 3 de mayo de 2015

Hay símbolos tan amarrados a sus culturas que parecen eternos. La cabina telefónica británica roja es uno de ellos.

A pesar de no ser un monumento como la Estatua de la Libertad, que inmediatamente nos transporta a Nueva York, o el Big Ben de Londres, es un objeto tan reconocible que es difícil imaginar su desaparición.

Pero así como la llegada de los autos acabaron con las carrozas –aunque la familia real conserva algunas–, el advenimiento de los teléfonos celulares está tornando a estas pequeñas habitaciones de tres paredes y una puerta en muebles urbanos redundantes.

 

¿Qué será de ellas?

Cuando llegaron

Los primeros kioskos telefónicos llegaron junto con el siglo XX. Usualmente, estaban adentro de las tiendas y hoteles pues la idea era proveer un área tranquila desde la que se podían hacer las llamadas.

No fue sino hasta 1921 que se empezó a usar una versión estandarizada, pero era color crema.

En 1924, la Oficina Postal General (OPG) organizó una competencia para elegir un nuevo diseño para la cabina y el ganador fue Giles Gilbert Scott, con un modelo clásico con un techo abovedado cuyo prototipo aún está a la entrada de la Royal Academy en Londres.

A pesar de que el diseño gustó, en la práctica era considerado caro y pesado, así que Gilbert Scott lo actualizó y el modelo K6, aquel que la mayoría de la gente considera como el tradicional, apareció en las calles en 1935.

De esta versión se hicieron 70.000. Con puertas de madera, una altura de 2,5 metros y de 0,9 metros de ancho, pesan 750 kilos, por lo que se necesita una grúa para moverlas.

"No se las lleva el viento ni se disuelven", le dice a la BBC Christian Lewis, quien trabaja para Restauraciones Unicornio, una firma que se dedica a restaurar tanto este modelo como los demás.

En 1968, por ejemplo, se produjo el modelo K8, más moderno, con tres vidrios enteros en vez de las pequeñas ventanas cuadriculadas y pintadas de amarillo. El color no gustó así que todo volvió a ser rojo... hasta que llegó la moda de cargar el teléfono en el bolsillo.

¿Y las cabinas?

Aunque todavía se ven, poco a poco se han ido esfumando de las calles.

Algunas han ido a parar a patios, en donde han pasado años y hasta décadas bajo el sol, la lluvia, el viento y la nieve sin que nadie les preste atención.

 

Pero en algunos, como en el que visitó la BBC en Surrey, en el sudeste inglés, empezarán una nueva vida dentro de poco.

Los restauradores dedican hasta 30 horas quitándole la pintura vieja a los kioskos para luego repintarlos en los mismos tonos de rojo que alguna vez estipuló la OPG, y poniéndoles nuevos vidrios.

Hay unas 70 cabinas telefónicas en este patio que, tras ser restauradas, se venden por entre US$3.000 y US$15.000.

 

Como adornos, no son baratos, sin embargo ya se han despachado varias que han ido a Grecia, Australia, Italia, Francia, Suiza, Abu Dhabi y Estados Unidos.

China y Rusia también son mercados en expansión pero el más grande sigue siendo Reino Unido.

"Son un recuerdo de una época en la que las cosas se hacían para que duraran y para mostrar el orgullo que la gente sentía por sus comunidades y lo que compartían, incluso los teléfonos públicos", señala Lewis.

Sobrevivientes

No todas terminan en patios de restauración, de los que hay varios en el país.

De hecho, cada vez menos.

 

Parte de la razón es que la compañía telefónica British Telecom -ahora privada- tiene un programa para adoptarlas desde 2012, que le permite a las municipalidades y organizaciones benéficas comprar una cabina roja por US$1,5, para asegurar su supervivencia.

Varias ahora tienen desfibriladores. Dos que quedan cerca de un palacio real fueron convertidas en un café callejero. Los habitantes de un pueblo en el norte del país usaron una como reemplazo de una tienda que tuvo que cerrrar. Operaba en base a la honestidad: la gente tomaba lo que necesitaba y dejaba el pago ahí mismo en la cabina.

Hubo una que fue un pub temporal; otra, una librería. Unos aldeanos usaron la que tenían para plantar tomates, mientras que en el centro de Londres las están usando como lugares para recargar los celulares.

 

"Solían ser la única forma para muchos de usar el teléfono", recuerda Lewis. "Durante mucho tiempo, había una lista de espera para tener una línea telefónica en la casa, así que ver una cabina cerca era un alivio. Uno tenía que hacer cola para usarlas".

Hoy siguen inspirando afecto. Y más. El modelo clásico fue declarado "el mejor diseño británico de todos los tiempos" recientementente, venciendo al bus de dos pisos y a la bandera, que quedaron en segundo y tercer lugar.

"Yo creo que el atractivo se basa en dos cosas", le dice a la BBC el crítico de diseño Stephen Bayley.

"Primero, sus proporciones y detalles neoclásicos que, de una manera misteriosa, siempre son muy satisfactorias donde sea que estén".

"Segundo, quizás a un nivel subconsciente, nos recuerdan de un momento, que ya quedó muy atrás, en el que las compañías de servicios públicos mantenían la noción de responsabilidad cívica, y usaban la belleza y la utilidad en ese sentido".

Para Lewis, "90 años más tarde, todavía están en pie. Todo el mundo las conoce. Si uno fuera a Nueva York y no viera un taxi amarillo, se desilusionaría. Lo mismo pasa con las cabinas telefónicas rojas en Reino Unido".