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(Casi) todos podemos cometer actos antiéticos en la oficina

Un estudio reciente sugiere que la mayoría de las personas son capaces de hacer algo ligeramente antiético en ambientes laborales si se dan las condiciones. El fenómeno es conocido como el "efecto de pendiente resbaladiza".

24Horas.cl TVN

Viernes 5 de septiembre de 2014

Bryan Borzykowski BBC

Pídale a cualquier persona que nombre a alguien que haya cometido actos poco éticos en el trabajo y seguramente no le tomará mucho tiempo elaborar una lista.

Aparecerían nombres como el cerebro de la estafa financiera, Bernard Madoff, el periodista plagiario de The New York Times, Jayson Blair y muchos otros.

Aunque la mayoría de las personas que cruzan la línea de la ética no robarán millones de dólares de inversionistas incautos ni ocasionarán vergüenza a una de las publicaciones más respetadas del mundo, una investigación reciente sugiere que el trabajador promedio no está exento de cometer ciertos actos bastante graves.

El pasado mes de mayo, cuatro académicos de universidades estadounidenses publicaron un informe que demostró que la mayoría de las personas son capaces de hacer algo ligeramente antiético. Sin embargo, lo realmente importante es que descubrieron que un error pequeño puede conducir a una conducta aún más grave con el paso del tiempo.

Los autores del estudio lo denominan el "efecto de pendiente resbaladiza" y consideran a Madoff un buen ejemplo -aunque extremo- de cómo las pequeñas indiscreciones pueden empeorar con el tiempo.

En 2009, Madoff le dijo a la revista Vanity Fair: "Comienza cuando uno toma un poco, tal vez unos pocos cientos, unos pocos miles de dólares. Uno se siente cómodo haciéndolo, pero antes de que uno se entere, se ha convertido en algo grande".

Jayson Blair, un exreportero de The New York Times que fue acusado de inventar reportajes periodísticos, le dijo a BBC capital que sus mentiras comenzaron siendo pequeñas y que crecieron con el tiempo.

"Crucé la línea en pequeña escala para lograr un objetivo pequeño" dijo. "Pero una vez que crucé esa línea me abrí a hacerlo una y otra vez".

Pequeñas infracciones

Si bien Blair y Madoff llevaron el efecto de pendiente resbaladiza al extremo, es posible que el trabajador promedio también quede atrapado en una maraña cada vez mayor de actos no éticos, dice Michael Christian, profesor adjunto de comportamiento organizacional de la Universidad de Carolina del Norte y uno de los autores del estudio.

Christian y sus colegas les pidieron a dos grupos de estudiantes de negocios que resolvieran un rompecabezas y a ambos se les dio la oportunidad de hacer trampa. El primer grupo no tenía ningún incentivo para hacer trampa hasta el último intento, cuando se les dijo a sus integrantes que se les daría US$2,50 por resolver el rompecabezas.

Al segundo grupo le dieron 25 centavos en el primer intento, US$1 en el segundo y US$2,50 en el tercero si completaban satisfactoriamente la tarea. En el primer caso, el 30% de los estudiantes hicieron trampa. Y la cifra se disparó al 60% en el segundo grupo.

"Era la misma cantidad de dinero, pero la gente estaba mucho más dispuesta a hacer trampa si dicha suma empezaba siendo pequeña y luego se hacía cada vez más grande", explica Christian.

Según él, las personas tienden a racionalizar las infracciones éticas menores y luego siguen poniendo excusas a medida que el comportamiento se intensifica.

Según el investigador, las personas tienden a racionalizar las infracciones éticas menores y luego siguen poniendo excusas a medida que el comportamiento se intensifica.

"Es bastante fácil que la gente diga 'nadie salió lastimado', 'no me atraparon' o '¿qué tan malo puede ser?'", dice. "Es debido a ese tipo de racionalización que las personas pasan de cometer infracciones pequeñas a incurrir en otras más grandes".

Experiencia de primera mano

Stephen Robert Morse, presidente de Skillbridge Inc, una empresa basada en la web que conecta consultores gerenciales de primer nivel con posibles puestos de trabajo, está muy consciente del "efecto de pendiente resbaladiza".

En enero, contrató a un desarrollador estrella para crear un código crucial para su nueva compañía. Todo transcurrió sin problemas al principio, pero poco tiempo después de haber sido contratado, el desarrollador empezó a preguntar si podía trabajar desde su casa.

Morse no lo pensó mucho en ese momento. El desarrollador entregaba un buen trabajo, así que un día o dos en casa a la semana no sería un gran inconveniente, pensó.

Sin embargo, el empleado no tardó en quedarse en casa casi a tiempo completo. Comenzó a incumplir plazos importantes y finalmente emprendió un viaje de dos semanas en un momento en que el resto del equipo lo necesitaba. Estaba recibiendo sueldo, pero no estaba produciendo ni entregando nada, algo que cualquier experto consideraría poco ético.

"Literalmente dejó de trabajar en nuestro proyecto", dijo Morse. "Decidió que necesitaba un descanso".

Cuando volvió a casa, Morse lo confrontó y el empleado terminó renunciando y se negó a entregar el código en el que estaba trabajando.

Morse finalmente tuvo que pagarle para que entregara el trabajo.

En retrospectiva, el desarrollador debió haber sido despedido cuando las cosas empezaron a empeorar, dice Morse, pero él siguió dándole el beneficio de la duda.

Condiciones propicias para hacer trampa

Además de haber actuado con prontitud, Morse cree que no hubiera podido haber hecho algo diferente para evitar la situación. Pero la investigación de Christian sugiere que el comportamiento antiético solo se produce en las condiciones adecuadas: las personas tienen que estar trabajando en un entorno en el que pueden hacer un poco de trampa y luego seguir haciéndolo un poco más.

David Cliff, director general de Gadenken Ltd, una empresa británica de asesoramiento de negocios, dijo que los incumplimientos se producen con mayor frecuencia en las empresas que no cuentan con principios éticos sólidos.

Aunque las primeras transgresiones comienzan siendo pequeñas y luego se convierten en una bola de nieve, Cliff sostiene que las fallas éticas iniciales se producen porque la gerencia, debido a la falta de pautas éticas, permite que sucedan.

"En muchas empresas no se habla de ética", dice. "La gente habla de cumplimiento de las normas, pero muchos líderes cuentan historias acerca de qué tan correcta es su organización sin sentarse a revisar si en realidad están en lo correcto".

En algunos casos, la presión por tener un buen desempeño lo que provoca este tipo de comportamiento, dijo Christian. Algunas personas se preocupan por no estar a la altura de las expectativas, mientras que otros empiezan a cortar camino a medida que sus tareas se hacen cada vez más difíciles de completar.

Afortunadamente, hay maneras de poner freno a este tipo de comportamiento. En otro estudio, Christian y sus colegas les mostraron a los participantes palabras asociadas con el riesgo y la prevención y luego las pusieron en la prueba del rompecabezas. En esa situación, los casos de fraude se redujeron en alrededor del 42%.

El resultado indica que si las empresas les dicen a los empleados lo que podría suceder si participan en conductas no éticas, entonces puede prevenirse la caída por esa pendiente resbaladiza, dice Christian.

Ese es precisamente el procedimiento que Cliff recomienda a sus clientes: es importante que los ejecutivos creen políticas éticas claras que establezcan con precisión qué comportamiento es correcto, qué está mal y qué consecuencias tendría romper las normas.

"Las organizaciones deben tener tales políticas como parte fundamental de su actividad y deben dárselas a conocer a todo empleado nuevo", dijo.

También es importante revisar permanentemente estas políticas. Muchas empresas crean políticas para cumplir con la formalidad, sostiene Cliff, pero si la gerencia ignora o no hace cumplir ni revisar esas normas, entonces los incumplimientos podrían volver a surgir.

Cuando a Blair lo capturaron en 2003, fue desterrado del periodismo. En la actualidad es un orientador personal -certificado- en Virginia del Norte y admite que se esfuerza por evitar el mismo tipo de situaciones de presión que le hicieron cruzar esa línea de la ética en un principio.

"Aprendí que era capaz de hacer cosas que nunca pensé que fuera capaz de hacer", afirma. "En lugar de permanecer a unos centímetros de distancia de la línea, ahora necesito permanecer a un par de kilómetros. Esa es la mejor protección en mi caso, no acercarme en absoluto a un lugar donde pueda haber peligro".