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"Le tiré a quitar la vida con un destornillador": lo que hombres presos por violencia doméstica dicen sobre sus crímenes

En un país donde sólo en 2015 empezaron 110.000 investigaciones por violencia intrafamiliar, en una cárcel de Cali, Colombia, existe un proyecto piloto con hombres presos por atacar a mujeres.

BBC Mundo

Jueves 28 de julio de 2016

En una de las paredes exteriores de la cárcel de Villahermosa, en la ciudad colombiana de Cali, hay un mural en el que una sirena flota en el mar no lejos de un buzo con una escafandra antigua que cubre no un rostro sino una amenazante calavera.

Para entrar a la penitenciaría hay que cruzar un portón azul, el color de portones y rejas exteriores de casi todas las prisiones colombianas y de los carteles con sus nombres auspiciados en muchos casos -este es uno- por una marca de bebidas gaseosas.

Es viernes y como todos los viernes en los últimos tres meses un grupo de internos condenados o procesados por violencia intrafamiliar (21 esta vez, otras son más), están sentados en sus blancas sillas plásticas, en una de las blancas aulas que rodean un blanco patio del tamaño de una cancha de vóley (de hecho, es una cancha de vóley).

Los 21 hombres tienen entre 20 y 50 años, más o menos.

"Cuando se fue yo lo único que pensé fue en matarla y así lo tiré a hacer, yo perdía el tiempo buscándola, yo quería matarla, quería matarla".

Robinson Díez habla de su pareja.

"El culpable fui yo"

Ha pasado en prisión los últimos tres años y medio de sus 37 de vida; y le queda un poco más de uno y medio de encierro. Está condenado por violencia intrafamiliar.

"Cierto día la encontré en un lugar donde no tenía que verla y yo le tiré a quitar la vida con un destornillador", sigue.

Dice que la fortuna hizo que hubiera policía en el lugar. Lograron detenerlo y se lo llevaron.

"Gracias a mi Dios la vida de ella salió ilesa", dice aliviado y aclara: "Reconozco verdaderamente que el culpable fui yo".

Es que su pareja se había cansado de que Diez anduviera todo el día fuera, con otras mujeres, que volviera a su casa sólo a buscar comida y a que le lavara la ropa, ya no quería estar con él tras diez años de convivencia.

Pero Díez no aceptaba que lo dejara: "Yo quería que fuera mía hasta que envejeciéramos, me creí dueño de ella, era de los que decía que si ella no era para mí no era para nadie, pero resulta que me equivoqué".

Círculo de Hombres

Diez, junto a los otros 20 reclusos, participa de un taller de masculinidades no violentas, un espacio en el que estos internos dedican dos horas a la semana todos los viernes a explorar y desarrollar comportamientos que les permitan establecer relaciones basadas en la equidad y la no agresión.

La actividad es coordinada, facilitada, por tres integrantes del Círculo de Hombres de Cali (CHC), una organización dedicada a reflexionar acerca de la construcción de la masculinidad en la sociedad.

"Cuestionamos el mandato hegemónico que nos obliga a ser hombres violentos, agresivos, machistas, controladores, autoritarios", explica uno de los facilitadores y miembro del CHC, Natalio Pinto.

"(Ese mandato) nos lleva a vivir una serie de riesgos y vulnerabilidades y además nos lleva a ser agresores y victimarios permanentes frente a otros hombres y frente a las mujeres".

Pinto ha venido reflexionando por años acerca de estas masculinidades hegemónicas. ¿No le parece un poco más complicado lograr que estos hombres presos por violencia intrafamiliar, que llevaron la masculinidad agresiva al extremo, desarrollen las mismas inquietudes?

"No necesariamente", responde.

"Ellos quizá son un poco más sensibles porque están condenados precisamente por eso, ellos han tenido cuatro, seis meses, dos años, pensando 'caramba, qué hice, ¿por qué no paré ese minuto de locura?'. A este proceso personal le llegó un proceso de formación en el cual los acercamos conceptualmente a la idea de por qué somos así".

Frases y representaciones

Lo hacen a través de diversos tipos de actividades. Este viernes, por ejemplo, iban a ver un fragmento de un documental que habla sobre la no violencia.

También llevaron adelante una actividad que consistía en juntarse en grupos, y analizar unas frases para después intentar representarlas con una suerte de pequeña puesta en escena.

"El mundo no existe sólo para satisfacer nuestras necesidades y caprichos", "tomarnos el tiempo para pensar no es perder el tiempo", "no somos lo que tenemos o poseemos materialmente", eran algunas.

Uno de los cinco grupos se llamó a sí mismo "Hombres ejemplares y multiplicadores de la no violencia en Cali".

Paradójicamente ninguno de los miembros de ese grupo se atrevió a hacer demujer en la puesta en escena.

Los otros les gritaron: "Ah, ahí hay cuatro machistas".

Estos hombres ya empiezan a identificar algunas situaciones en las que priman los estereotipos, explicaron los facilitadores, que los ayudan a ver los avances que han alcanzado o los pasos que les faltan dar.

En otra representación la "mujer" (sí hubo quien asumió el rol esta vez) le decía al hombre que iban a tener un hijo y que estaba preocupada porque no eran pareja, él le decía que la iba a acompañar en la decisión y que la paternidad era un placer.

Nuevamente intervinieron los facilitadores para destacar cómo la palabra "placer" había sido usada para algo que no tenía necesariamente que ver con lo sexual o con el goce físico.

Finalmente, en otra, destacaron el hecho de que quien hizo de hombre no recurrió a la violencia, a pesar de que mostraba dificultades para apoyar, para acompañar a su pareja.

El rol de la mujer lo representaba Yeison Alexander Audoro, de 31 años y condenado a cuatro por violencia intrafamiliar, tras discutir y golpear a su pareja -de la que se había distanciado- un día en que la fue a ver borracho.

"Si yo no hubiera caído aquí no habría visto la calidad de vida que llevaba", dice.

Y aunque le falta poco para salir de prisión mantiene una actitud penitente: "Yo le pido a mi Dios todo el tiempo que me ayude y que haga de mí la persona que quiere que yo sea; y si en realidad no estoy preparado para la calle, entonces yo sigo aquí aguantándolo todo".

Unos 130

"Aquí entra el hombre, no el delito", dice un cartel en letras azules sobre blanco que marca la entrada a los patios en los que los presos pasan sus días y noches.

La frase la repite la teniente Gloria Amparo Martínez, responsable del Área de Atención y Tratamiento de la prisión, bajo cuya órbita recae el taller de masculinidades no violentas, cuando le pregunto si es difícil para ella como mujer trabajar con estos hombres en particular.

"Los vemos como seres humanos, como personas, independientemente del delito por el que ingresan", dice.

Asegura que el taller ha resultado beneficioso para estos internos, una porción de los cerca de 130 presos en Villahermosa por violencia intrafamiliar (son apenas un puñado de los 6.300 que constituyen la sobrepoblación de esta prisión).

La cifra parece baja teniendo en cuenta que en 2015 fue el año en que más situaciones de violencia intrafamiliar de presentaron en la última década en el país, según la Policía de Colombia.

Para ese año la Fiscalía tiene un registro de casi 110.000 investigaciones por este delito.

Cifras de la Organización Mundial de la Salud señalan que una de cada tres mujeres en el mundo ha sido víctima de violencia física o sexual, en muchos casos en manos de sus parejas.

A lo mejor es que los únicos que terminan presos por esto son los colombianos pobres: juzgando por el grupo de hombres del taller se podría pensar que o bien los varones de niveles socioeconómicos más altos no cometen delitos de violencia intrafamiliar o bien no pagan cárcel.

En el taller no hay médicos, abogados, grandes empresarios. Son soldadores, se dedican a cargar bultos, a la mensajería, a la venta callejera.

Yeison Alexander Audoro, por ejemplo, es auxiliar de buseta, esos buses pequeñitos que recorren ciudades y pueblos de Colombia.

"¿Usted no me va a pegar?"

Su visión de las cosas, de su rol, de su masculinidad ha cambiado mucho ya.

"Anteriormente era lo que yo decía y eso tenía que hacerse", dice. También creía que era dueño de su mujer, pero ya no.

En la cárcel supo que ella tenía otra pareja. En el pasado dice que le habría partido la cara al otro hombre. Pero cuando la mujer fue a visitarlo a la prisión Audoro cuenta que le dijo:

—Pues al fin al cabo usted está sola, no pasa nada, lo único que quiero es que esté bien.

—¿Usted sabe lo que está diciendo?

—Sí.

—¿Usted no me va a pegar?

—No, tranquila que yo no le voy a pegar; si está o estuvo con él no queda sino desearles que les vaya bien.

Y no se trata sólo de los vínculos con mujeres.

Uno de los internos les había contado orgulloso a los facilitadores que cuando unos días atrás le robaron la toalla en el patio de la cárcel en vez de empezar a agredir pidió por favor en voz alta que se la devolvieran nomás.

A los dos días apareció.

Promotores

La idea del taller que va a terminar en pocas semanas es que quienes participan de él se conviertan en hombres promotores de no violencia e, incluso, reciban un certificado que así lo acredite.

Su misión será transmitir esos nuevos valores a otros dentro y fuera de la cárcel.

Audoro ensaya algunos consejos: "Antes de tomarte un trago piensa en todos los problemas que te puede ocasionar eso; antes de decirle una mala palabra a la persona más bien piensa en qué estará pensando ella".

Robinson Díez da un ejemplo personal de la transformación del lenguaje.

Hace poco más de un mes llamó a la que era su mujer, a quien había querido matar, charlaron.

"Ay Robinson, está hablando más bonito", cuenta que le dijo ella y admite que antes era muy grosero.

Hoy asegura: "Me siento capacitado de tener una buena relación con ella; a tener una amistad".

¿Un cambio posible?

Es difícil saber cuál es el compromiso real de estos hombres con la idea de transformar su visión de la masculinidad, sus relaciones con las mujeres.

 

Tal vez van al taller por el sólo hecho de escapar por un par de horas por semana a la desgastante y opresiva rutina de los patios superpoblados de la prisión.

En muchos el entusiasmo parece real, más sabiendo que esta actividad no les otorga beneficios como reducción de condena, por ejemplo.

Al final de la jornada uno de los internos abraza a Natalio Pinto y le dice: "Ojalá esto siguiera por siempre".

Pinto reflexiona: "Nos asombra cuando un chico como estos dice 'yo quería matarla', pero no pasa nada cuando otro hombre todos los días humilla y humilla y humilla y acaba con una mujer, haciéndole sentir que no vale nada".

Reconoce que revertir esas actitudes es algo que todavía no han terminado de conseguir ni siquiera él y sus compañeros del CHC; es algo que todavía está en proceso en toda la sociedad, no sólo la colombiana.

Al salir de la cárcel veo otro mural justo enfrente del de la sirena y el buzo.

Es de un grupo de mujeres profesionales, una médica, una con su toga de universitaria y blandiendo su título. Es la pared es de una escuela. "Aquí se forma a los ciudadanos del futuro", dice un texto que acompaña el mural.

El portón de la escuela es azul como el de la prisión.