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Reseña: Después de 100 episodios, ‘The Walking Dead’ está caminando en círculos

La serie está atrapada en el ciclo de la misma narrativa que ha marcado sus últimas temporadas. Además, los caminantes ahora son prácticamente utilería, perdiendo el protagonismo del que gozaban.

By Mike Hale New York Times News Service

Miércoles 25 de octubre de 2017

El domingo, la serie de terror de AMC The Walking Dead alcanzó un hito: el primer episodio de la temporada ocho también es su capítulo número 100, un referente de su gran éxito y la capacidad de generar ganancias mayores a través de las ventas de redifusión.

Pero esperen. ¿Solo han sido 100 episodios? ¿No se siente como si la serie hubiera estado ocultándose en el bosque y recorriendo las carreteras abandonadas del sur rural plagado de zombis durante mucho más tiempo que ese?

Y el camino se extiende sin fin hacia el futuro. Mientras que otras series exitosas con la misma antigüedad están despidiéndose con gracia —The Americans y Game of Thrones han anunciado que sus siguientes temporadas serán las últimas—, los productores de The Walking Dead, con muchísimos libros de historietas que adaptar, hablan con alegría de otros 100 episodios.

 

Es tonto discutir con el éxito cuando una serie ha dominado los índices de audiencia durante la mayor parte de su transmisión (y cuando ella y sus derivados apoyan a cientos, quizá miles de trabajadores). Pero el estreno del domingo, el único episodio disponible por adelantado, demuestra que The Walking Dead está atrapada en el ciclo de la misma narrativa que ha marcado sus últimas temporadas. Se mueve con una cadencia tambaleante que parece haberle copiado a los caminantes, esas hordas de zombis en descomposición.

Lo más sorprendente acerca del episodio, titulado “Mercy”, es lo poco que vemos a los caminantes. Aunque alguna vez fueron la fuente de terror de la serie, ahora son prácticamente utilería; solo están en el fondo, o los pastorean como mortíferos animales de granja. Las hordas de zombis aparecen en el argumento de una manera que resulta derivativa de los episodios en la cantera de la temporada seis, aunque les falta la sensación de ser una amenaza escalofriante.

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Ya se siente completo el desplazamiento que tomó tanto tiempo para que los zombis dejaran de ser los antagonistas principales y ahora lo sean los humanos aunque, desde luego, la serie podría dar marcha atrás en cualquier momento.

La banda de sobrevivientes centrada en el antiguo suplente de alguacil Rick Grimes (Andrew Lincoln) ha enfrentado enemigos humanos desde el principio como el impredecible Merle Dixon o el maniático Gobernador, pero el cambio definitivo sucedió con la presentación de la némesis actual, Negan (Jeffrey Dean Morgan, cuya actuación ha sido la razón principal para ver la serie últimamente), el personaje teatral y verdaderamente sacado de una historieta.

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La necesidad de expandir la historia más allá de la lucha constante de los caníbales irracionales es comprensible. Pero en ese proceso ha desaparecido gran parte del terror, así como el peso emocional de la serie. Con la narrativa actual en la que Rick intenta unir a varios grupos de sobrevivientes en contra de los Salvadores depredadores de Negan, solo nos quedan trivialidades acerca de la creación de una comunidad y la ética de la autopreservación, delimitadas en la cinematografía siempre evocativa de la serie y sus altos niveles de producción.

Aunque incluso ahí hay espacio para quejarse: el montaje de la acción en el estreno de la temporada, en el que Rick y Maggie encabezan un ataque contra la base de los Salvadores, parece estar muy por debajo del estándar previo de la serie, como Michael Bay en un mal día. Además, con todas esas balas que vuelan por ahí, ¿cómo es posible que nadie haya aprovechado para dispararle a Negan de una sola vez?

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The Walking Dead, con sus temporadas de 16 episodios divididas en dos partes, está en tierra de nadie, entre la televisión por cable y las producciones de transmisión continua, así como de las series más largas pero episódicas, y es el ejemplo principal de las dificultades de contar una historia muy serializada a través de muchos años sin que haya un final a la vista.

Lo que hizo terrorífica a la serie en sus primeras temporadas no fue la sangre, sino la extinción aparentemente definitiva que cada semana enfrentaba su pequeño grupo de peregrinos. Se puede defender lo que ha pasado como una progresión natural e incluso realista, pero la alegoría política-filosófica-religiosa en que se ha convertido la serie es un remplazo tibio para el enervante cuento de sobrevivencia que era.

El estreno de la temporada contiene lo que podría ser un guiño a un posible final para la serie: unas cuantas escenas breves y fragmentadas en las que un Rick más viejo y bíblicamente barbado aún está vivo. No está claro si son escenas del futuro o alguna suerte de visión o sueño. Pero si son el futuro, las realidades de los balances financieros y la creación de una franquicia implican que habrá mucho estancamiento cíclico antes de que eso pase.