Esta noche hay fiesta en cualquier lugar del mundo donde haya un hincha de San Lorenzo de Almagro. El "ciclón" de Boedo logró poner fin a una maldición que parecía inmortalizarse con el tiempo y bajó su primera estrella de la tan ansiada Copa Libertadores de América. Los dirigidos por Edgarzo Bauza hicieron realidad el sueño de los 40 mil hinchas que repletaron el Nuevo Gasómetro de Buenos Aires y a los más de cuatro millones de "cuervos" repartidos por toda Argentina.

Como cualquier batalla épica la gloria estuvo antecedida por sudor y sufrimiento. Tras el agónico empate 1-1 en Asunción, que pareció derrota por la igualdad sobre la hora, San Lorenzo debía imponer carácter y categoría frente a un aguerrido Nacional de Paraguay que, lejos de escudarse en la imagen de 'cenicienta', amenazó durante toda la llave con estirar la condena de los trasandinos y llevar los festejos hacia sus noveles dominios. Pero el guión ya estaba escrito.

Pese a un arranque lleno de dudas y con los guaraníes como dominadores; ni siquiera el imperial recibimiento organizado por sus hinchas parecía alertar a los jugadores locales que estaban cara a cara frente al destino. De hecho, los de Gustavo Morinigo fueron los que inesperadamente se crearon las mejores ocasiones en el arranque y comenzaban a dar vida a una nube negra que recorría todos los rincones de la cancha con incertidumbre e impaciencia.

Pasaban los minutos y San Lorenzo no encontraba la ideas que es esfumaban en las jugadas de Romagnoli, Ortigoza, Matos y Cauteruccio; reemplazante por obligación de "Nacho" Piatti, ausente de la vuelta por una "derrota" ante la FIFA por temas del traspaso.

Pero hubo un desahogo, uno tremendo. Quién más que Ortigoza podía ser el encargado de inflar el pecho y transformar por gol un infantil penal cobrado por el juez brasileño luego de una mano de Coronel. El "Gordo" se metía en la boca a la historia y empujaba a un "ciclón" que ya tenía la mitad de la copa en la mano.

Casi como coincidencia del destino al otro lado del mundo otro "cuervo" también hacía historia. Al momento en que el Papa Francisco se transformaba en el primer Sumo Pontífice en pisar Corea del Sur, San Lorenzo hacía lo propio bajando su primera corona del máximo torneo continental. Un camino unido. Así, en esa espera que parecieron siglos, los trasandinos silencias al mundo y cumplen con su deuda pendiente de transformarse en el último equipo de los cinco grandes de su país en decir: "Somos campeones de América". Cuestión de fe.