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Charly vive

Manuel Maira analiza el auspicioso presente del "padre" del rock latino del que el público chileno será testigo esta noche.

Manuel Maira

Jueves 24 de mayo de 2012

Parecía que lo habíamos perdido. Que no había vuelta. Que no quedaba otra manera de recordarlo que revisar su enorme discografía o libros como No digas nada, donde Sergio Marchi narra la historia de un genio que desde niño daba señales para pensar que estaba para cosas tan grandes como pasar a la historia del rock en español.

Charly García nos tenía aburridos. En los últimos años, cada uno de sus conciertos era una ruleta rusa, donde lo más probable era vivir un espectáculo más ligado al personaje que al artista. Nos cansamos de ese Charly que cada vez que venía se hacía esperar y daba shows para el olvido. Me acuerdo haberlo visto como una sombra de sí mismo en un local de Vitacura y luego, en un antro de Bellavista, donde decidí que a Charly había que recordarlo con los discos de Sui Generis, de Serú Girán o los de su etapa solista. Porque claramente estaba más pendiente del bar que del piano.

Después vimos esa foto de Charly en Mendoza, amarrado a una camilla, como un loco encaminado al infierno y era casi imposible pensar en un Charly limpio, en un Charly tocando, en un Charly enfocado y distinto al que nos tenía aburridos. Pero como si se propusiera que cada capítulo en su historia es impredecible, Charly nos sorprendió. Pasó por la estancia de Palito Ortega, cambió de amigos, subió varios kilos, y volvió a estirar una de las grandes historias del rock and roll.

El largo y lejano sueño en que entró Cerati y la silenciosa y fulminante partida de Spinetta, hace que en estos días valoremos el doble el hecho de que Charly García esté sobre un escenario, enfocado, mostrando un concierto extenso y generoso con una historia musical que las nuevas generaciones solo podrán conocer a través de los discos. Está físicamente está disminuido porque, claro, una cosa es cumplir 60 y otra muy distinta es Charly cumpliendo 60. Por eso le perdonamos que su voz esté más débil y que su energía no sea la misma, porque ahí está, sentado al piano, defendiendo con dignidad una obra firme, que ha cruzado varias décadas, como queriendo recordarnos que con él nunca se sabe.