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Siete horas de tensión

Secuestro en la AFP: la inédita bitácora del día negro de Marco Antonio Solís

Paz Montenegro, Abner Machuca y Christian Mercado

Martes 23 de septiembre de 2025

Casi 10 meses después del episodio, Marco Antonio Solís habla en exclusiva con Informe Especial y cuenta cómo siendo un hombre sin antecedentes llega a cometer un secuestro. Al mismo tiempo, por primera vez damos cuenta de imágenes y audios inéditos de aquel 11 de noviembre que permiten atestiguar y reconstruir los momentos clave de la difícil negociación en una sucursal de AFP en Las Condes, cuyo desarrollo marca la diferencia entre la vida y la muerte de sus protagonistas.

11 noviembre 2024, 13:00 horas.

En Apoquindo, la principal avenida de Las Condes, a altura del 4 mil, un francotirador del GOPE de Carabineros se posiciona en el techo de un edificio. Atento, fija la mira telescópica en el objetivo a la espera de una orden para actuar.

En el lugar, se genera un despliegue policial y un operativo sin precedentes en la última década.

Al interior de la sucursal de AFP Provida, Marco Antonio Solís, un hombre viudo de 55 años, toma como rehén a punta de cuchillo a una de las ejecutivas. 

Media hora antes, todo parte en apariencia como un simple trámite para cobrar una pensión de sobrevivencia, pero la tensión escala hasta convertirse en un secuestro que se prolonga por más de siete horas. En ese momento, Solís no quiere pagos en cuotas de unos 5 mil pesos durante 14 años, sino el total de una sola vez: Poco más de un millón de pesos.

Cuando llega Carabineros al lugar, apunta directamente con un cuchillo al suboficial John Neira, de la 17° Comisaría de Las Condes. El uniformado pone las manos en alto y Solís, para reafirmar su amenaza, golpea el acrílico con el arma blanca. 

La amenaza es real. La tensión se respira. Neira saca el arma de su cartuchera y se la pasa a otro carabinero. 

—Puede retirarse no más, amigo —le dice.

El suboficial deja su armamento para entablar un diálogo de incierto desenlace con el captor.

Informe Especial accede a registros inéditos que, por primera vez, permiten reconstruir los momentos clave de la difícil negociación, cuyo desarrollo marca la diferencia entre la vida y la muerte de sus protagonistas.

Estupidez hecha carne

Esa tarde, Marco Antonio Solís busca repetidas veces la muerte. 

—Estás en el momento justo, Marco, con la gente justa y precisa —le dice Neira.
—Momento justo, muy viejo pa la pega y joven para jubilar —le responde.
—Y te vas a acordar de nosotros, que te dimos una oportunidad —insiste.
—Una bala y se acaba toda la h... —retruca Solís.
—Noo, eres joven.
—El mundo c... se fue a la ch.. po' h....
—Lo ves ahora así negro, pero puede salir el sol.
—Que un millón de pesos, una bala es más barata, nadie los va a culpar. Ni un juez, tienen un testigo, quedaría la víctima libre. Y un delincuente menos.

Más allá de los registros de ese día, el propio secuestrador lo admite. Casi 10 meses después del episodio, Marco Antonio Solis habla en exclusiva con Informe Especial y revela su versión.

—Sin dinero, sin pastillas. Sin ver un futuro promisorio y querer alejarme de esta sociedad y del mundo. Yo reventé, colapsé, prácticamente ni medité —afirma.  

Para él, en ese momento, la lógica es clara:

—Eché dos cuchillos, un bolso y me fui a la AFP ¿Dónde se puede ir a dar jugo y que yo reciba un tiro en la cabeza? En Las Condes.

—Pedía yo un tiro en la cabeza. Le pedí por favor. Lo pedí a garabatos. Lo pedí llorando. De todas las maneras, se los pedí.

Su caso instala un debate complejo que llega hasta los tribunales: ¿Estamos frente a un delito grave, que como tal, debe castigarse con todo el rigor de la ley, sin matices? ¿O el colapso de un hombre marcado por la depresión, la precariedad y la soledad en un sistema en el que no encuentra salida, son condiciones a tomar en cuenta en la balanza judicial?

—Yo tenía muy claro que no me iban a dejar ir a mi casa. El delito ya estaba cometido. La estupidez ya se había hecho carne.

La muerte de Paulina

Sentado en el living de su casa en la población Santa Mónica, en Conchalí, Marco Antonio repasa su infancia y recuerda al gran amor de su vida.  

—Paulina. Paulina González. Yo la encontraba bellísima.
—¿Cuántos años tenían?
—19 años. Los dos teníamos la misma edad. Con toda la esperanza y el amor de que nos fuera bien, claro, en unión.

En el comedor saca a relucir las fotos de sus hijos. Todos mayores de edad.

—Estos son mis pollitos.
—Oh, y bien seguidos.
—Bien seguidos —admite.

Más tarde, una niña de nueve años completa la familia. 

—Y el dinero no alcanzaba. Y siempre esa fue mi lucha. No tenía un título, una profesión. Estar siempre luchando por ganar un poquito más del mínimo, porque la pelea mía siempre fue la misma cada mes: la luz, el agua, el gas, mercadería.

—Se perdía Navidad, Año Nuevo, por estar trabajando de noche de guardia —ratifica su hijo Sebastián— y nosotros pasando la cena, echándolo de menos, pero sabiendo que no nos faltaba nada.

Las fotos del comedor amplían sus recuerdos.

—Y esto es la típica salida a San Antonio —dice mientras muestra la fotografía de rigor.
—Buenos momentos, buenos recuerdos.
—Preciosos, preciosos momentos —reconoce.

Asegura que Paulina era para todos el punto de encuentro.

—Mi mamá era un pilar fundamental en la familia —dice Sebastián—, era como el centro que lo unía a todo.

—Ella está siempre con los niños —asegura Marco Antonio—. Ella disponía de los dineros. Ella decía que lo que se hacía o no.

Por lo mismo es que su partida trágica y prematura, en febrero de 2019, marca un antes y un después para los Solís González.

—Mi mujer venía de hace años con una larga depresión crónica y decía que la dejaba muy mal. Muchas veces no se podía levantar de la cama siquiera. Y aunque el Servicio Médico Legal diga que no tiene idea de qué pasó, nosotros con los médicos que llegaron a atenderla ese día, sí sabemos… Se había tomado las pastillas. Para mí fue una sobredosis. Y yo sentí que se había ido mi compañera, mi cómplice. Mi partner, mi socia. Faltaba mucho de mí cuando ella se fue.

$5.300 al mes

11 de noviembre, 12:30 horas.

Más de 6 años después, Marco Antonio llega a la sucursal de AFP Provida, saca un número de atención y acude al módulo 8.

—Me atendió la niña. Me sentí muy, pero muy mal atendido.

Recuerda que como en otras oportunidades, exige el retiro del millón de pesos correspondiente a la pensión de sobrevivencia de su mujer. Una vez más, le explican que, por ley, el monto se paga en cuotas mensuales.

—¿Y qué va a estar bien? Sí. $5.300 al mes. Da como $60 mil al año. Esta deuda se va recién a liquidar más allá de 15 años. Y estallé. Exploté. Saqué mi cuchillo y me acerqué al lado de ella y la amenacé.

El suboficial Neira es el primero en hacer contacto con el secuestrador. Las imágenes dan cuenta que Solís lo apunta con un cuchillo y el uniformado puso las manos en alto.

—Ahí me percaté que eran dos armas blancas del tipo carnicero… de 70, 60 centímetros aproximadamente. Le tocaban la piel, tanto en el cuello como en el estómago.

—Cuando ingresa el carabinero —cuenta Solís— le pido que se quite el arma, porque antes de morir, yo decía: "Al menos que me escuche".

—Acepté. Y así puede sacar al resto de compañeras de la víctima y empezar este diálogo con el agresor. 

El inédito registro de la cámara corporal del comandante José Vielma, jefe de unidad, evidencia que simplemente buscaba morir.

Frente a los uniformados, se apunta al pecho.  

—Una sola bala aquí —les pide en ese minuto. 
—Salimos juntos con mi comandante —le retruca Neira para intentar disuadirlo. 
—Qué voy a salir h... qué voy a salir...

El suboficial sigue con la negociación que queda grabada.

—Tú no eres malo, Marco. Nosotros estamos para la gente mala, no para ti. Todos tienen un problema, estás pasando por un problema.
—Don Marco, ya hablamos. Ya le vamos a solucionar su problema —añade el comandante Vielma—. Su plata se la van a entregar ahora.
—No me importa la plata pu, la bala es más barata h... Dale, dale —insiste Sólis.
—Pero no para ti —replica Neira.
—Dale, tenís testigos, ella está de testigo.

Crisis "chistosa"

A la espera del equipo negociador, el suboficial Neira se convirte en el único interlocutor válido para Solís. No es especialista, pero tiene a su haber 30 años de experiencia en la calle.

—No lo vi como una persona, un delincuente habitual —admite— (...) él ya me trataba de Neira. Entonces yo tenía que tratarlo igual de una forma y saber su nombre completo. 

—Díganos su nombre para ir anotándolo —le pide el comandante.
—Marco Antonio Solis —responde.

La realidad los desconcerta. A priori Neira no le cree.

—¿De verdad? ¿Se llama igual que el cantante?
—¿Y tú creís que estoy h...? 
—No, no, no, para nada.
—Apostemos. 

En el registro se ve que Solís se saca la billetera del bolsillo.

—Si yo estoy errado… te pido disculpas —lo desafió, mientras le pasó la billetera—. Si es verdad, me pedís disculpas.
—Gracias.

La recibe, la revisa y corrobora la verdad.  

—Fue una situación chistosa —admite hoy Neira—, pero siempre crítica. Y la situación de riesgo fue las siete horas.

Hoy Marco Antonio reconoce el manejo del uniformado.

—El oficial Neira, siempre tratando de calmar las cosas, dialogar. Pero yo en ese momento estaba cegado. Yo lo único que quería era un tiro.

El uso de las armas está claramente justificado, pero el daño colateral que iba a producir mi acción ante la situación que yo estaba viendo en el momento, era mejor el diálogo —dice Neira. 

Pero ese 11 de noviembre, a una hora de su llegada a la AFP, Marco Antonio sigue insistiendo en su objetivo.

—Un tiro en la cabeza y se acaba todo, se acaba todo.
—Estamos para salvarla, la vida de ella, la vida tuya. Si tu vida igual es importante para nosotros, tanto como la de la señorita.
—Yo ya no, h...
—Si eres importante para nosotros Marco, cómo no vas a ser importante. Necesitas ayuda, te la queremos dar.

Neira reconoce que usa la empatía como elemento clave.

—Yo estoy claro que la víctima pensó que yo fui mucho más empático con él.  Pero era la idea. Era la idea para para que no la lesionara a ella.

De todas formas, durante esas horas de máximo riesgo Solís no quiere ceder.

—Por culpa de ustedes h... ni ella ni yo vamos a salir de aquí. Porque ustedes se van a retirar y van a entrar esos h... y va a quedar la cagá.

El GOPE a esa hora ya está listo para entrar. 

Fumar y comer

Tras la muerte de su esposa Paulina, el 2019, la vida de Marco se desmorona.

—Él empieza a disociarse, no se encuentra en el lugar, a ratos no cree lo que pasó con mi mamá —cuenta su hijo Sebastián.

Su hija menor, de apenas 9 años, debe abandonar la casa paterna.

—Toda mi familia entendió que no, no era posible que yo me cuidara a mí mismo —explica Marco Antonio—, así que menos a otra persona. Se fue. Se fue. Yo dije: "Está en buenas manos. Está con mi hijo. Está con su hermano".

Aún así, la decisión no soluciona el problema de fondo.

—Él se pasaba toda la noche despierto, ya no dormía en su cama. Dejó de asearse... parecía una persona debajo de un puente, pero él tenía una casa donde dormir —relata Sebastián. 

Marco Antonio Solís relata que comienza a tomar medicamentos. Unos para conciliar el sueño y otros para enfrentar el día a día.

—¿Y esas pastillas que me comentas ¿Dónde las conseguía?
—En la feria.
—¿O sea, te automedicabas?
—Claro, claro. Yo le decía solamente al vendedor lo que yo necesitaba y él me las daba.
—¿Cuánto tiempo pasaste en esa situación tomando esos medicamentos por tu cuenta?
—Dos años.
—¿Consultaste algún especialista por lo que te estaba pasando?
—No, aunque al final me decía: "Si yo no puedo con esto, que yo me conozco, nadie va a poder".

De todas formas, cuando le alcanzaba la energía, acostumbraba a salir con su currículum a buscar trabajo. Tras 15 años como guardia se seguridad, recuerda que intenta conseguir una nueva oportunidad laboral.

—Entonces iba con alta expectativa a buscar trabajo y volvía súper derrotado. Y eso le hacía más mal —cuenta su hijo.

—¿Entonces yo decía: "Desde aquí ¿Qué hago entonces? Me dedico a la delincuencia". Nunca he sido delincuente, no sabría hacerlo, ni quiero —reconoce Marco Antonio.

El 2024 lo pasa, asegura, principalmente encerrado.

—Sí mi hijo venía, mi hermana también, y yo sé que trataban de acercarse, pero yo ponía un muro.

Sebastián cuenta que su rutina de ese entonces no le ayuda.

—Veía televisión todo el día, peleaba con la tele. La tele le mostraba que por nada se estaba cayendo todo afuera, estaba todo mal.

—No había dinero, así que tampoco había dinero para las pastillas. Ahí es donde empecé a vender en la feria mis herramientas, ropa, colonias, cremas, confidencia Marco Antonio.
—¿Y ese dinero lo usaba para qué?
—Para fumar y comer.

"Los últimos meses antes de los hechos se alimenta de pan con mantequilla. Esa era la alimentación de don Marco —revela Catalina Leiva, la abogada de la Defensoría Penal Pública que lo representa ante la justicia. 

Así pasa de la tristeza a la desesperanza, y de la frustración a la rabia contra el sistema, agrega.

—Sin dinero, sin pastillas, sin ver un futuro promisorio y querer alejarme de esta sociedad y del mundo... yo reventé, colapsé, prácticamente ni medité. Eché dos cuchillos, un bolso y me fui a la AFP ¿Dónde se puede ir a dar jugo y que yo reciba un tiro en la cabeza? En Las Condes. 

Eso sí, por el camino, dice que piensa en otra alternativa.  

—Mientras iba para allá me acuerdo haber bajado y estar ahí pensando: "¿Y si me tiro aquí en el Metro?", pero por mi religión no puedo. No me lo permite. Dije: "Ya, aquí yo no puedo, que otros lo hagan".

Un millón sobre la mesa

11 de noviembre, 13:50 horas.

Ante revuelo del caso, la policía acordona el perímetro, suspende el tránsito y coloca un francotirador en posición.

Dentro de la sucursal la tensión es total. El GOPE se está preparado para actuar.  Las imágenes dan cuenta que el gerente general de la AFP intenta entregarle al comandante Vielma el millón de pesos en efectivo que permitiría la liberación de la ejecutiva.

—Tome, guárdelo usted no más por mientras —le responde al directivo—. Hágale un recibo, no sé, por mientras para que firme, puede ser —le sugiere.

Minutos después, el equipo especializado en negociación de Carabineros se prepara para ingresar.

El negociador toma los billetes y el recibo para entrar a la escena. 

—Permiso —dijo al ingresar, levantando las manos en el aire en señal de rendición— ¿Cómo está? ¿Puedo pasar?

Acto seguido, le entrega el dinero por debajo del acrílico del módulo 8. Y luego el suboficial Neira le lee y le pasa el recibo elaborado para oficializar el supuesto pago.

—Pero, ¿esta plata me la dan como concepto de...?
—Sobrevivencia extraordinaria —le explica Neira—. Te agilizaron, mi comandante agilizó con el banco…

Marco Antonio toma los billetes de la mesa.

—Yo lo acepté queriendo dilatar esto. Pero también mi plan era hacerlo sacar de quicio. Por eso, cuando viene con el millón, le digo: "Cuéntalo".

Se puede ver que se los pasa a Neira, quien empieza a poner los billetes de a uno sobre la mesa. La petición tiene un objetivo según Solís.

—Que dijeran: “Oye y ¿quién es esta rata que nos trata así? Hay que contarle hasta el dinero”.

La secuencia revela que mantiene a la víctima con un cuchillo en su espalda, mientras sigue atentamente el conteo del suboficial Neira. Al terminar, se corre hacia atrás con el cuchillo en la mano y se tira encima del uniformado, que lo elude corriéndose hacia atrás. 

—¿Por qué lo hiciste?
—Estoy esperando la reacción de su compañero. Que saque el arma. Está armado. Y que dispare, ya que yo voy en contra del compañero.
—Pero no lo hizo...
—Ni aun así. El tipo jamás se acercó la mano a la funda.

Por el contrario, Neira mantiene la negociación.

—Queremos que tú vivas po Marco. Te estamos ayudando...
—Ayuda es un tiro en la cabeza no más —responde Solís.
—Tú no eres malo —insiste Neira, mientras toma el dinero— llevo años en esto pu Marco.

—No me alteré, no perdí la calma —rememora el suboficial—. Súper tranquilo. Me manejé en ese momento crítico.

Aún así, la esperanza de que liberaría a la víctima tras el pago se desvanece. Marco Antonio suspira, mira la plata y tira el fajo de billetes. 

—Toma tu plata, llévatela —le dijo a Neira.

Repentinamente multiplica la apuesta y pide los $12 millones de su propio ahorro previsional. Vielma y el negociador retroceden para conversar con el GOPE y analizar el nuevo escenario.

—No quiere nada, ahora quiere retirar su plata que tiene acá —reporta el comandante.
—Por eso hay que empezar a jugar ahora —replica el funcionario del GOPE.
—Lo que pasa es que a la cabra la tiene con un cuchillo ahí —le explica, señalándose la mano en el cuello— y el otro ahí (en la espalda), entonces ni siquiera hay margen para tirarse encima.

La rendición

Ese mismo día, Sebastián, el hijo de Marco Antonio, recibe un llamado para el que ningún hijo está preparado. La policía le cuenta lo que está pasando.

—Y yo digo: "Noooo, me está tomando el pelo, me está jugando una broma". "No, encienda la tele". Y claro, enciendo la tele y fue muy duro ver a mi papá ahí.
—¿Qué pasó por tu cabeza?
—Cómo llegamos a esto.
—¿Te da pena?

—Claro que sí —admite con la voz quebrada—. Uno dice: "Si supiera que íbamos a llegar a esto, hubiéramos hecho algo distinto". 

Minutos después, Carabineros llega hasta la Población Santa Mónica, en Conchalí.

—Estaban buscando hasta bombas, cualquier cosa que él demostrara que lo había planeado. Pero no encontraron nada —cuenta Sebastián. Aunque en una búsqueda posterior, sus hijos hallaron pequeños papeles con instrucciones y una despedida.

En el living recogen unos post-it con un mensaje claro: que lo perdonen por todo. 

—Yo empecé a llenarlos antes de salir, despidiéndome de mis hijos, diciéndole que si yo ya no estaba aquí, que me enterraran con la plata de la AFP —cuenta.

Las secuencias van revelando que de todas formas, después de cuatro horas de mantener secuestrada a una rehén, empieza a dar muestras de desgaste. Aún así, sigue pidiendo que lo maten.

—Yo les exijo que la liberen con el solo hecho de sacar su arma y pegarme un tiro, acabar con esto. Ella podría irse a su casa, a llorar sus penas, a gritar todo lo que no ha podido gritar aquí. No les quedaría nada en la conciencia —insiste en la sucursal frente al negociador de Carabineros.

Yo pretendía morirme —remarca Marco Antonio— y no pido a la gente que lo comprenda… sólo que la gente trate de entender que en una mente desquiciada, que ya no se siente que pertenece a este mundo, puede pasar cualquier cosa.

la cronología da cuenta que esa tarde, recién después de las 19:00 horas llegan los $12 millones. Los policías cuentan el dinero frente a Marco Antonio e intentan terminar con el secuestro.

—Ya, libérala —le dicen. 

Pero no obtienen la respuesta esperada.

—Ya, por última vez ¿Me van a dar el tiro en la cabeza sí o no?
—No.

Recién ahí, tras siete dramáticas horas de operativo, Marco Antonio Solís se rinde. Suelta a la víctima y queda con los cuchillos en la mano.

La opción correcta

11 de noviembre, 19:33 horas.

El GOPE ejecuta el procedimiento de rigor. Entran los efectivos lanzando una bomba de ruido y sacan rápidamente a quienes estaban en riesgo.

Hoy Neira sente el recocijo del deber cumplido.

—Sacar a una persona que estuvo siete horas amenazada en todo momento de muerte… Me da una satisfacción tremenda de haber elegido la opción correcta en ese momento.
—La del diálogo...
—La del diálogo.

Marco Antonio queda detenido ese día y sale de la sucursal en patrulla. Ocho meses después, enfrenta a la justicia. El 18 de julio pasado se inicia su juicio oral, donde la Fiscalía Metropolitana Oriente pideuna condena de 15 años de cárcel por el delito de secuestro. El persecutor acusa que actúa con premeditación.

Si cada uno de nosotros tuviera rabia, desazón con las AFP, con las isapres, y actuara de propia mano y secuestra a una víctima porque ella es parte del sistema, se acaba el estado de derecho —argumenta ante el tribunal Marcelo Sanfeliú, el abogado representante de AFP Provida.

Por su parte, la Defensoría Penal Pública alega irreprochable conducta anterior y circunstancias de vida y de salud mental que lo llevan a la comisión del delito.

—Cómo una persona llega a un punto límite su señoría. Un punto donde se quiebra —puntualiza la defensora Catalina Leiva.

Según confirman los informes de los peritos, Marco Antonio tiene en rl momento de los hechos depresión grave, ideación suicida y un juicio de realidad alterado. 

—No está totalmente exento de responsabilidad —explica Leiva—, pero sí su responsabilidad está mermada.

Durante el juicio, que dura 12 días, el acusado ve por primera vez las imágenes que retratan sus acciones ese inolvidable 11 de noviembre.

—¿Usted se reconoció en esos videos?
—Me costaba reconocerme, cómo yo voy a ser capaz de eso. Pero el hecho era de que sí era yo. Yo lo cometí —reconoce.
—¿Se arrepiente Marco?
—Sí, profundamente. Creo que es momento de dar disculpas a la víctima. Porque ella no tiene absolutamente nada que ver en esto... porque ella era una simple trabajadora que trata de llevar el pan a su casa.

También valora la labor del carabinero que lo dejó con vida.

—¿Qué le diría al suboficial Neira si lo viera?
—Solamente dar las gracias, que hizo un buen trabajo.

—Don Marco ha estado con un tratamiento rígido, ha estado con fármacos, ha estado con asistencia de psicólogo y de psiquiatra… y en esta comprensión de la realidad le llegó la parte dura de asumir lo que había pasado, lo que él había hecho —remarca la defensora Catalina Leiva.

El pasado 22 de agosto, el Tercer Tribunal Oral en lo Penal de Santiago, en un fallo unánime, lo declara culpable del delito de secuestro y lo condena a una pena que cumplirá en libertad vigilada intensiva por los próximos cuatro años.

—Se le condena también considerando esta atenuante excepcional o particular de imputabilidad disminuida. Es la única que permite que un delito de secuestro tenga derecho a pena sustitutiva —explica Leiva.

—¿Qué pasó con usted, Marco, cuando escuchó la sentencia en el Tribunal Oral en lo Penal?
—Alegría, mucha alegría al escuchar que ya me podía ir, pero entendiendo que no soy inocente. Esto es una vía que me dan los magistrados,  pero yo tengo que estar muy atento a lo que haga, yo no puedo volver a cometer ningún delito.

—Y la verdad que, más que beneficio, sí es una oportunidad de reinserción —enfatiza la defensora.

Hace un mes, Marco Antonio vuelve a su casa en Conchalí. Hasta la fecha está cumpliendo con el debido plan de intervención a cargo de Gendarmería, que contempla tratamiento psiquiátrico y desempeñar algún oficio o trabajo.

Junto a su familia cuentan que el proceso ha sido difícil, pero  que les ha permitido tener un acercamiento y un aprendizaje familiar que va más allá del trauma vivido.

—Nosotros no nos fijamos bien en esos detalles que hacían ver que él no era la misma persona que nosotros siempre vimos —dice su hijo Sebastián—. Entonces, pedir ayuda, acercarse, preguntar. Y si esa persona está en negativa, insistir, insistir.
—¿Por qué decidiste dar la entrevista, Sebastián?
—Porque estuve en el proceso de mi papá —asegura tras quebrarse—, visitándolo y he visto de lo mal que llegó, a lo bien que está ahora. Y le falta mucho aún. Entonces, decir que estoy aquí porque aunque la persona cometa errores, si tiene las ganas de cambiar y hacer las cosas mejor, yo como hijo estoy dispuesto también a ayudarlo, a apoyarlo.

Marco Antonio también hizo su reflexión.

—Pedirle perdón a mis hijos, mi hermana, mi madre, todos. Y juramentarme que voy a tratar de ser la mejor versión de mí de ahora en adelante. No puedo caer en depresión otra vez. Es terrible no tener la capacidad de pedir ayuda por querer controlarla. Entonces esto no se lo doy ni siquiera a mi peor enemigo.

Ni tampoco a ese peor enemigo interno que lo llevó a protagonizar el secuestro en la AFP.