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¿Por qué es negativo que invirtamos menos en comida?

Actualmente, destinamos un porcentaje de nuestro presupuesto para comprar alimentos menor que hace cincuenta años, lo que tiene consecuencias para la salud, el medioambiente y el bolsillo de los productores.

Carmen Aguilar

Martes 10 de marzo de 2015

Comemos igual (o incluso más y de mejor calidad) que hace 50 años, pero al hacer las cuentas en casa destinamos un porcentaje menor de nuestros ingresos a alimentos que en la década de los ´60. Esto no significa que los precios estén notablemente bajos; de hecho “siguen en niveles más altos a los históricos”, señala el Oficial Principal de Políticas de la FAO, Adoniram Sánchez, sino que, en proporción, ganamos mucho más de lo que gastamos en comida.

Según el Servicio de Agricultura de Estados Unidos, en 1960 los hogares de este país destinaron un 15% de su presupuesto a comprar alimentos para consumir en casa; frente al 3,5% para comer fuera. En conjunto, 18,5%. En 2013, los datos fueron de 6,1% y 5,3%, respectivamente, lo que hace un total de 11,4%.

Y, ¿en Chile? lamentablemente no hay datos oficiales; sin embargo, el académico de la Facultad de Agronomía de la Universidad Católica, Óscar Melo, sugiere que la tendencia es similar. “Pasa en todos los países y también en Chile”, explica.

Las partidas destinadas a alimentos se reducen en el presupuesto familiar. Sin embargo, la adquisición más barata de calorías se traduce en un problema de salud, pues, cuando se aumentan los ingresos, primero se produce una tendencia por consumir más; después, “cuando se aumenta la educación y los ingresos, comienzan a preocuparse por la calidad”.

 

De hecho, en Estados Unidos el gasto en comida (tanto la que se consume dentro de casa como fuera) se ha estancado desde el año 2000, lo que se explica, dice Melo, por esa tendencia de buscar calidad.

EL LADO B DE PODER COMPRAR MÁS COMIDA

El incremento del poder adquisitivo y una reducción en los costos de la producción de alimentos, lo que bajaría el precio, es un arma de doble filo. Por una parte, permite consumir más, lo que, sin una base de educación nutricional, como apuntan desde la FAO, incide favorablemente en los problemas de malnutrición (desnutrición, carencia de micronutrientes, sobrepeso y obesidad).

 

Por otra, ese consumo suele ser de alimentos procesados o ultraprocesados, más baratos por ser producidos en masa, que contienen una alta dosis de sal y azúcar. “La producción de alimentos a pequeña escala, el fomento de la agricultura familiar y la recuperación de la biodiversidad agrícola son el camino hacia mejores dietas y mejor  seguridad alimentaria, sobre todo en las zonas rurales”, señala Sánchez.

Pero este abaratamiento de los costos se ha debido en parte al avance tecnológico y la inversión en infraestructuras, incrementándose los rendimientos de producción, por una  parte, y empobreciéndose a los productores de esos alimentos. “Ese beneficio (de producir con menos dinero) se lo llevan los consumidores”, apunta el profesor de la UC, y hay que recordar que Chile es país exportador de fruta y verdura.

 

Por último, otras consecuencias es el incremento en la contaminación y la cantidad de comida que se tira. Según Tristam Stuart, autor del libro “Despilfarros”, las 40 millones de toneladas de comida que se desperdician cada año en EEUU se podría alimentar a 1.000 millones de personas.

PAÍSES MÁS RICOS, PORCENTAJE MÁS BAJO

América Latina “produce más alimentos que los requeridos por su población, por tanto, la problemática del hambre en la región, es un problema de acceso a los alimentos”, señalan desde la FAO. Una mirada que se puede tomar desde el punto de vista nacional.

Según datos del Sernac de 2012, las familias de Santiago destinaron 12,6% de su presupuesto familiar a alimentación. Desagregando los datos, el GSE alto gastó 8,9%, frente al 17,7% del grupo más bajo.

En otro estudio del Servicio de Agricultura de Estados Unidos, concluye que el promedio en Chile es de 21,4%, lejos de los extremos. Estados Unidos es el país que menos gasta, con un 6,1%. Le siguen Reino Unido (9,1%), Canadá (9,6%) y Alemania (10,9%). Por debajo de la tabla, Pakistán, cuyos ciudadanos destinan el 47,7% de sus ingresos familiares a comprar comida, Camerún (45,9%), Kenia (44,9%) e Indonesia (44,1%).

La realidad se recrudece cuando se tiene en cuenta los salarios promedios de estos países con los que se realizan estos porcentajes. El PIB per cápita de Pakistán es de 1.275 anuales; el de Estados Unidos, 53.042, según datos del Banco Mundial.

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