Andy May parecía estar viviendo una vida cómoda con su pareja y sus dos hijos en un pueblo rural de Norfolk, en el este de Inglaterra, cuando tocaron a la puerta.
El único roce que el director financiero de una empresa había tenido con la ley era una solitaria multa por exceso de velocidad.
Pero los policías que estaban en su puerta querían interrogarlo.
El hombre de 47 años le había robado US$1,6 millones a su empleador para financiar su adicción al juego, lo que llevó a que lo sentenciaran a cuatro años de prisión.
En este testimonio, contado en primera persona, Andy habla de lo importante que es buscar ayuda si se tiene un problema con las apuestas, antes de que se salga de control.
Solía hacer una apuesta de unos US$6 o US$12 en partidos de fútbol los fines de semana. Nunca vi eso como algo peligroso. Pero a medida que avanzaba en la vida, surgió la habilidad de pedir dinero prestado.
Sin darme cuenta, el juego se apoderó de mí. Empecé a apostar US$19 semanalmente y después US$60. Esos US$60 se convirtieron en US$130, que pronto se transformaron en US$600 al mes.
Estaba teniendo pérdidas que sabía que no debía tener, pero cuando estás en el momento, lo haces de todos modos. Eso fue alrededor del año 2007. Entonces mi familia se dio cuenta del problema.
Mi pareja y yo estábamos comprando nuestra primera casa, pero había perdido el depósito en el juego. Mis padres me ayudaron y prometí no volver a jugar nunca más.
Pasé siete años sin apostar, ni siquiera compré un billete de lotería.
Pero esos siete años se los debo puramente a la fuerza de voluntad. No intenté conseguir ayuda. Viví una vida normal y feliz y gradualmente me olvidé de mis problemas del pasado.
En el verano de 2014, estaba en casa viendo la Copa del Mundo que se disputó en Brasil.
En la televisión apareció un anuncio publicitario que ofrecía una apuesta gratuita de US$60.
Ahí sentado, pensé: bueno, ¿qué daño puede hacer?
Otra vez
Al cabo de dos semanas, volví a apostar en los niveles en los que había terminado anteriormente.
Seis meses después, había gastado US$60.000. Empecé a sacar tarjetas de crédito y a endeudarme más. En febrero de 2015, me había quedado completamente sin dinero.
Yo era el director financiero de una empresa en la que había trabajado durante 20 años y tenía una tarjeta de crédito de la compañía.
En mis recesos para el almuerzo comencé a ir a un cajero automático y apostar ese dinero.
A estas alturas ya apostaba en todo lo que podía, desde el número de saques de esquina en un partido de fútbol hasta las tarjetas amarillas, usualmente en internet, en mi teléfono o en mi computadora portátil de la oficina.
Ninguna cantidad de dinero habría sido suficiente. Solía volver a casa a la hora del almuerzo para recoger las facturas y hacía lo mismo en el trabajo.
Empecé a pagar mi tarjeta de crédito personal con la cuenta bancaria de la empresa. Durante un período de cuatro años y medio, robé más de US$1,6 millones (1,3 millones de libras esterlinas) a mi empleador.
Todo estaba fuera de control. Lo único en lo que estaba pensando era en apostar. Estaba robando dinero a diestra y siniestra.
Finalmente, en mi trabajo me descubrieron en el verano de 2019 y fue casi un alivio cuando me despidieron.
Pero le mentí a mi familia, les dije que me había peleado con mi jefe, y en quince días ya había encontrado un nuevo trabajo.
La justicia
La policía tardó un año en llegar y una tarde de un sábado de junio de 2020 llamaron a la puerta.
Mi compañera abrió. En ese mismo momento, supe lo que querían.
Seis meses después estuve en un juzgado de mi localidad y en junio de 2021 me condenaron a cuatro años de prisión.
Ver a mis hijos ir a la escuela el día que entré en prisión fue el peor día de mi vida.
Se los había explicado lo mejor que pude, pero no lo comprendieron bien. Después de eso, no nos vimos durante seis meses.
El impacto de mi adicción y del delito que cometí en las personas más cercanas a mí ha sido mucho peor que ir a prisión.
Antes de entrar, me pusieron en contacto con una organización benéfica increíble llamada Epic Restart Foundation que me ayudó a comenzar la reconstrucción de mi vida.
Hablé con personas que habían superado su adicción y me dieron esperanza.
En prisión
Fui a prisión con la intención de mantener la cabeza baja. Pasé seis meses en la penitenciaria HMP Peterborough, en una celda que tenía una ventana con rejas y que compartía con un extraño.
Eran 11 pasos en una dirección y siete en la otra, con un baño en la esquina, a poca distancia de donde comías.
Lo único para lo que no estaba preparado era para el aburrimiento puro.
Estábamos encerrados 23 horas al día. Podías salir de la celda para ducharte, caminar por el patio de ejercicios y recoger la comida, pero aparte de eso, estabas solo. Después, me empezaron a dejar ir a la biblioteca una vez por semana.
Pasé los últimos 18 meses de mi sentencia en una prisión abierta en Norwich, donde sales a trabajar en la comunidad.
Empecé a trabajar para la empresa de construcción Kier Group, que gestiona un programa de empleo para exdelincuentes.
Le pregunté al director de mi nueva prisión, si podía empezar a asistir a la reunión del grupo Jugadores Anónimos local, algo que aún hago semanalmente.
En total, cumplí dos años de prisión y salí en libertad con licencia en el verano.
Pensé que nadie volvería a contratarme, pero sigo trabajando para Kier, lo que realmente me ha ayudado a retomar mi vida.
Le tuve que pagar todo lo que tenía a mi empleador. Los registros de las casas de apuestas mostraron que gasté US$2millones y que robé poco más US1,6 millones, la mayor parte de los cuales las casas de apuestas le devolvieron a mi jefe.
El pasado
Al ver hacia atrás, siento que el momento en el que toqué fondo no fue cuando entré a prisión, sino cuando estaba atascado en el juego. Mentalmente estaba en el peor momento.
Tuve que ir a prisión por el delito que había cometido, no se puede hacer lo que hice y esperar otra cosa.
Para mí, una parte importante de la recuperación es responsabilizarme y rendir cuentas de lo sucedido.
No estoy orgulloso de nada de lo que he hecho, pero estoy aprendiendo a no avergonzarme.
Solo puedo imaginar el impacto que mi delito tuvo en mis antiguos colegas, algunos de los cuales conocía desde hacía décadas.
Una disculpa es una declaración bastante débil después de todo lo que pasó, pero es lo mejor que puedo hacer. Hay tantas cosas que desearía poder cambiar.
Soy voluntario de la organización benéfica GambleAware y comparto mi historia.
Cuando fui a prisión, me prometí a mí mismo que no retrocedería. Lo único que puedo hacer es hablar con la esperanza de intentar persuadir a otros a actuar de manera diferente.
¿Creo que alguna vez podría volver a jugar? Lamentablemente, la respuesta probablemente sea sí. Pero en lo que me concentro todos los días es en asegurarme de no hacerlo hoy. No hay nada que pueda ganar que mejore mi vida y, en cambio, tengo todo que perder.
Estaría jugando con tantas cosas que no son dinero, como mi recuperación, todas las relaciones que he logrado salvar y la confianza que la gente ha reconstruido en mí. Simplemente no tiene sentido.
Mi vida ha cambiado considerablemente debido a mi adicción, pero las cosas están mucho mejor de lo que pensé que estarían cuando entré por primera vez en esa celda y estoy agradecido de tener todavía una relación cercana con mis hijos.
Soy consciente de que para muchas personas el juego es una actividad de ocio completamente segura, placentera e inofensiva. Para mí empezó así, pero trascendió a algo muy diferente.
Espero que esto pueda generar un pensamiento en alguien para iniciar una conversación antes de que las cosas vayan demasiado lejos.
Quizás alguien con un problema de juego pueda leer esto y buscar ayuda. Hay una manera de superarlo. Intenta encontrar esa valentía para hablar. Ojalá hubiera sido lo suficientemente valiente para hablar antes.