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Pagar por ir a la guerra

La cruda historia de un español que invirtió sus ahorros y pidió un crédito para convertirse en reportero de guerra

Oscar García

Martes 20 de noviembre de 2012

Fue en enero de 2008, con tan sólo 25 años, cuando Antonio Pampliega comenzó el viaje más arriesgado de su vida. Todo por perseguir  un sueño, convertirse en corresponsal de guerra. Bagdad, una de las ciudades más peligrosas del mundo, fue su primer destino. Antes había intentado, sin éxito, abrirse hueco en el mundo del periodismo en su país de origen. Pero si ha habido en España un sector especialmente sensible a la crisis ése ha sido el de la información. Precisamente desde 2008 se estima que unas 57 cabeceras han cerrado y 8.000 periodistas han perdido sus puestos de trabajo. Los que han sobrevivido a la criba han visto como el salario promedio se ha reducido más de la mitad.

Pampliega apostó por cubrir zonas en conflicto. Pensó que si viajaba a países en guerra, si se esforzaba por conseguir buena historias, con un eco mediático, por crecer profesionalmente y madurar como persona, la oportunidad y el trabajo que buscaba llegaría tarde o temprano. Después de Irak vinieron Líbano, Pakistán, Cuba, Egipto o Afganistán.

En 2010 aterrizó en Kabul y pudo recorrer el país entero, llegando a firmar varias crónicas y reportajes para televisión. Pero el ansiado contrato nunca terminaba de llegar. Algún medio le ofreció la posibilidad de escribir gratis, para dar a conocer su nombre. Poco más.

 

"Llevo casi tres años recorriendo las zonas más peligrosas del planeta. He invertido todos mis ahorros, he pedido un crédito,  ¿qué más tengo que hacer para poder trabajar?"

Toda la inversión que había realizado por labrarse un futuro no había servido de nada. Solicitó un crédito de 10 mil euros, gastó todos su ahorros y, pese a haber estado tres años esquivando bombas y balas, la respuesta que escuchaba al otro lado del teléfono era ‘este tema no tiene audiencia, no vende’.  

La situación le llevó a replantearse su vida entera, a pensar en abandonar su sueño. Algo que para él sonaba más temible que los proyectiles o los disparos. La profesión que amaba no le podía mantener. Las historias de la guerra y el sufrimiento de los pueblos no interesaban. Sus méritos no eran suficientes. Las grandes expectativas que le habían creado durante su infancia y en la facultad eran falsas.

Pero rendirse no era un opción. Pampliega hizo un último llamado a la suerte con un artículo sobre su historia que logró publicar en El País. Finalmente ha logrado encontrar una cierta estabilidad, pero, como tantos otros, fuera de España. Actualmente sigue recorriendo el mundo contando sus historias para medios de otros países.

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