Click acá para ir directamente al contenido

Felipe Osiadacz: " No quería vivir, le rogaba al universo que me llevara en el sueño"

El chileno detenido en Malasia por el asesinato culposo, habló por primera vez de lo que significó estar recluido por 16 meses.

24Horas.cl TVN

Lunes 14 de octubre de 2019

En total fueron 488 los días en que los chilenos Felipe Osiadacz y Fernando Candia estuvieron detenidos en Malasia, acusados de asesinar a  Yusaini Bin Ishak en el hall del hotel en el que se hospedaban.

Tras ser detenidos, la justicia malaya inició un proceso en contra de los amigos, el que podía terminar, en el peor de los casos, en la horca. Sin embargo, tras 16 meses en prisión y por buena conducta, la pena por homicidio culposo fue reducida y ambos pudieron salir en libertad en noviembre del 2018.

Felipe fue el primero en regresar al país y ahora, a seis meses de pisar suelo nacional, habló con La Tercera de todo lo ocurrido en el sudeste asiático.

 

En la entrevista, el joven asegura que todo fue un accidente y que la persona que terminó muerta persiguió a su amigo por más de 10 minutos, lo que produjo el enfrenamiento en el hall del hotel.

Tras ello, fueron arrestados, "nos pasaron una ropa naranja, defecada, con orina, rota, y tienes que dormir en el piso sin almohada ni frazadas, con temperaturas que te hacían transpirar todo el día, y en la noche, mucho frío", contó.

"En los primeros días bajé cuatro o cinco kilos, no había nada nutritivo para comer. Pero lo peor eran los gendarmes que amenazaban y simulaban con sus manos la figura de una horca: me decían: "crees que vienes acá a matar gente, bueno, vas a morir", agregó.

Tras 12 días de detención, llegó el Cónsul chileno en Malasia a verlos y lamentó lo que ocurría, pero les informó que debían ser procesados por asesinato.

Tras conocer la noticia y notar que el proceso sería largo, Felipe comenzó a meditar, para lograr controlar su ansiedad y no perder la cordura, principalmente por su familia, aseguró. Además, leía muchísimo, lo que también le permitió acercarse a más personas y mantenerse ocupado durante todo el tiempo de encierro.

"Durante los primeros seis meses lloraba todas las noches, pero solía soñar que estaba en libertad y cuando me despertaba y me daba cuenta que estaba preso, podía llorar por dos horas más".

El escenario era adverso e inóspito. Los gendarmes abrían muy poco las puertas de las celdas para que los reos pudieran salir, lo que finalmente generaba más conflictos entre los detenidos. "Uno de los pocos días que abrieron la puerta de la celda me asomé por la ventana con barrotes y al frente mío vi a dos nigerianos rompiéndose la cara. Si alguien se agarraba a combos los gendarmes cerraban las puertas por un mes y por lo general, cuando abrían las puertas ocurría algo, por todo el estrés que cargábamos", explicó.

El chileno también contó que al interior del penal había muchísima droga. "Me ofrecían droga gratis para trata de hacerme adicto, pero nunca acepté. Era cosa de ver cómo vivían los adictos para saber que no quería terminar con ellos", indicó.

La fiscalía de Malasia presentó una apelación a la sentencia del juez, lo que hizo que estuvieran más tiempo detenidos. En ese momento, cuando fue informado por el cónsul que su libertad había sido rechazada, "empecé a llorar y entré en shock. Dejé de comer, empecé a defecar sangre, tenía espasmos en el estómago, ya estaba flaco de antes, pero en ese momento llegué a pesar 59 kilos y mido 1,81. No tenía ánimo de nada, no quería vivir, le rogaba al universo que me llevara en el sueño".

Tras todo lo vivido, el joven se encuentra viviendo en Concón, donde asegura disfrutar de un bello atardecer. Además, desea compartir toda la experiencia, por lo que se encuentra redactando un libro y también planea realizar charlas motivacionales.