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España: "Cómo Franco influyó, entre otras cosas, en el nombre de mi madre"

Hace 40 años moría el gobernante de facto español Francisco Franco. Varias generaciones han crecido sin él. Pero, como reflexiona Beatriz Diez, de BBC Mundo, aún quedan muchas secuelas de lo que fue la vida bajo su régimen.

24horas Administrator

Viernes 20 de noviembre de 2015

España cumple este viernes 40 años sin Francisco Franco. Una cifra que, aplicada a la edad de un ser humano, suele asociarse con la madurez.

Con mis 44 años, sería muy aventurado decir que tengo recuerdos de lo que supuso vivir bajo el régimen de Franco.

Pero al mismo tiempo, tampoco me siento ajena a esa época, por cuanto formo parte de la primera generación que creció sin Franco en el poder, en un país que apenas se desperezaba y despertaba a una nueva realidad.

El recuerdo más vivo que tengo de aquel tiempo es la proclamación de Juan Carlos I como rey de España dos días después de la muerte de Franco.

Seguí toda la ceremonia pacientemente por televisión, sentadita en una silla mientras nadie en casa hacía caso del evento, esperando con ilusión que le pusieran una corona de cuento al rey. Algo que no sucedió.

Mis demás recuerdos del franquismo vienen, en realidad, de la mano de los relatos de mis padres, hermanos mayores, amigos y, por supuesto, los libros de historia.

De todos ellos, quiero contarles la historia del nombre de mi madre.

Niña de posguerra

Nació el 30 de marzo de 1935, un año antes del estallido de la Guerra Civil que duró tres años y que, tras la victoria del general Franco, dio lugar a un régimen que se prolongó hasta su muerte, el 20 de noviembre de 1975.

Mi abuela, Berta, decidió ponerle Alma de nombre. Así quedó en el registro. Y no la bautizó.

La llegada de Franco al poder supuso, entre otras cosas, la recuperación del poder de la Iglesia católica en España, que durante la Segunda República había tenido fuertes conflictos con el Estado.

Entre otras cosas, el gobierno estableció que para escolarizar a los niños, estos debían tener una partida de bautismo.

Así que mis abuelos tuvieron que bautizar a mi madre porque si no, no podía ir al colegio.

 

"Era una niña de la posguerra, tenía unos 8 años", recuerda.

"Fuimos a una iglesia grande y destartalada de barrio, pero a la cual yo no acudía. Mis tíos Julia y Antenor estaban contentos porque al fin iba a ser bautizada, mi madre estaba nerviosa.

"El cura estaba vestido con su ropaje para oficiar misa y, por lo tanto, era imponente ante mis ojos".

Lo que no sabía mi madre es lo que iba a pasar después.

El sacerdote preguntó cuál era el nombre de la niña y mi abuela respondió muy seria: "Alma".

"¡No se puede llamar así! ¡Ese nombre no es cristiano", exclamó el cura.

"Yo no entendía nada, sólo notaba una gran tensión en el ambiente y tenía ganas de llorar y de irme de allí", cuenta Alma.

Tras unos minutos de incomprensión y silencio, mi abuela encontró la solución: "No, ¡Berta!, ¡Berta es el nombre!", y con ese nombre fue bautizada.

Dos personalidades

Para ella, incluso aunque era una niña, fue un momento doloroso.

Con 8 años, una persona se identifica ya con su nombre.

De repente, mi madre se encontró con que se llamaba Berta, nombre que no reconocía, que relacionaba con su madre, que le resultaba distante.

"Sentí que me quitaban algo, que llamarse Alma era malo. Cuando salimos de la iglesia, mi tía me llevó a una pastelería y me compró un milhojas, que en aquellos tiempos era un lujo. Eso me consoló en ese momento", dice.

En los siguientes años, se dedicó a jugar con los dos nombres, como si tuviera uno oficial y uno secreto.

"Era como si formaran parte de dos personalidades mías distintas y al final Alma venció totalmente e hizo desaparecer a Berta".

Yo siempre había conocido a mi madre como Alma.

En una reunión familiar, una tía lejana me preguntó por Berta y no supe qué responder, porque no sabía a quién se refería.

En ese momento comprendí la dualidad que había experimentado mi madre durante tanto tiempo.

Son muchas las personas en España que le deben su nombre a la coyuntura política de la época.

La Iglesia católica estableció que los nombres de los católicos debían proceder del santoral católico y eso dio lugar a la proliferación de Marías (como nombre simple o como parte de un nombre compuesto) y a la costumbre de poner a los hijos el nombre que correspondiera al santo del día de su nacimiento.

Pocos años después de la muerte de Franco, la Constitución española restituyó la libertad para elegir nombres.

En los documentos, mi madre sigue apareciendo como Alma Berta.

Foto: Reuters