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La idea rusa para Siria: un inesperado salvavidas para Obama

La propuesta rusa de que el gobierno sirio elimine sus armas químicas cambia los planes en Medio Oriente: el presidente Obama podría terminar beneficiándose al quedarse sin motivos para emprender una acción bélica no deseada.

24Horas.cl TVN

Sábado 14 de septiembre de 2013

Mark Mardell BBC

Obama tiene una batalla cuesta arriba para lograr la aprobación del Congreso a sus planes en Siria.

Es probable que la nueva propuesta de Rusia para que Siria se deshaga de sus armas químicas debilite aún más al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, dejando en una encrucijada a la Casa Blanca. Sin embargo, hay una pequeña posibilidad de que lo saque del enredo en el que está.

Hay que admitir que la rápida respuesta rusa a la declaración del secretario de Estado, John Kerry, sobre semejante acuerdo, dio la impresión de que se había preparado de antemano.

Si los sirios se echaran para atrás, eso liberaría a Obama de una votación muy delicada para él. Pero si resulta ser sólo coreografía, hay algunos actores sorprendentemente buenos en la Casa Blanca y el Departamento de Estado, que no parecen demasiado impresionados.

En éste último, la reacción es cínica: "Recoger esta pelota y convertirla en algo que nunca tuvo la intención de serlo, creemos que es un ejemplo de otra táctica dilatoria".

En la residencia de Obama dicen que prestarán mucha atención a la idea, aunque advierten que Al Asad no es digno de confianza. Argumentan que sólo su amenaza de usar la fuerza ha provocado esta respuesta, lo cual se agrega al voto a favor.

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Esperanza

No les falta razón, pero sospecho que muchos más en el Congreso -que de cualquier manera no quieren una acción- sentirán que este rayo de esperanza es otra razón para votar en contra.

Si la Casa Blanca ha basado su caso en el sentido común, no hay nada más sensato que eliminar las armas químicas. Y logrará que otros países se entusiasmen más aún con la ruta de Naciones Unidas.

Es una distracción, otro argumento para desviar a Obama de su caso. Si se atrasa la acción, irritará a los senadores que quieren una acción mayor encaminada a acabar con el régimen, incluso si se denomina "degradación de activos".

Trae aún más recuerdos de Irak: la habilidad de los regímenes de jugar con los inspectores de armas y que EE.UU. lo use como razón para actuar.

Kerry estaba "pensando en voz alta" el otro día cuando previó algunas circunstancias que ameritarían fuerzas terrestres. Su personal lo llamó "una declaración retórica".

Me disgustan los políticos que se ven forzados a hablar en líneas rectas limitadas, pero se entiende por qué sus directores de comunicaciones no sientan lo mismo.

Puede que muchos en el mundo vean este día con esperanzas. Sospecho que no es la sensación en la Casa Blanca.

El dilema de Obama

Kerry "pensaba en voz alta" al considerar circunstancias en que pudiera haber fuerzas terrestres en Siria.

Aunque si Obama escapa a la humillación, será suficiente: antes de la propuesta rusa, ni siquiera existía la sensación de que una victoria en el Congreso lo dejaría en una posición envidiable.

Obama iba a quedar desnudo, con todas las deficiencias de su presidencia a la vista y todos los puntos fuertes de su personalidad al límite.

No cabe duda de su uso deslumbrante de las palabras o su capacidad como orador; como prueba, las seis entrevistas por televisión y el mensaje a la nación del martes que programó.

Pero últimamente sus palabras han perdido algo de su lustre. La magia se ha desvanecido con la repetición. En algunos casos, la familiaridad ha generado menosprecio.

Aún peor para él, las palabras más importantes son las más difíciles. Son las que pronuncia en privado, por teléfono o en persona, a los políticos de quienes depende su destino. Y se ha caracterizado por no lograr persuadir al Congreso de nada.

Hizo caso omiso de las bases durante años. Washington es una ciudad donde lo político es personal.

Prácticamente todos los senadores y representantes tienen un sentido agudo de su propia importancia. A cualquiera le halaga la atención del presidente. Para quienes lidian con el poder, es su moneda.

Levantar un ego hoy puede ayudar a llegar a un acuerdo mañana. Pero a Obama no le gusta fingir apretones de manos ni palmadas en la espalda ni pretender interesarse por cónyuges enfermos. No ha construido las relaciones que le permitirían engatusar y amenazar a sus opositores.

La cosa es aún peor. A muchos nos resulta estupendo convencer a los demás cuando nos apasiona una causa. Al escuchar al presidente Obama en San Petersburgo ni siquiera quedaba claro que él mismo se hubiera convencido.

Batalla de instintos

Esto tal vez es injusto. Él ha decidido un curso de acción, pero sólo después de llegar al final de un viaje largo y angustioso, en el cual se embarcó a regañadientes. Un viaje que lo ha llevado a un lugar muy lejos de sus instintos y naturaleza.

En su conferencia de prensa en Suecia, indicó que prefiere ocuparse de la educación de los niños pobres que de la guerra y la paz. Después de todo, fue elegido para poner el frente interno primero y terminar las guerras.

Para muchos dentro y fuera del país, sus prioridades son una señal de madurez y fortaleza. Pero no es precisamente un reflejo de Winston Churchill, primer ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial.

Obama es uno de los pocos políticos que muestran su funcionamiento interno. Y eso tiene su encanto. Pero dentro del alma del presidente combaten por lo menos tres instintos.

Un deseo emocional de evitar la guerra, fortalecido por un imperativo político de hacerlo por razones internas y una convicción intelectual de que EE.UU. no debería imponer su voluntad al mundo.

El deseo, encendido por su admiración del movimiento de los Derechos Civiles, de defender a los débiles, a los oprimidos y a quienes se les niega una voz para gobernarse.

Y además está el comandante en jefe, cuyo deber principal es proteger a EE.UU. y a sus intereses a largo plazo en el mundo.

La interacción entre estas tres lo llevó a no involucrarse en Siria en primer lugar, para después anunciar las líneas rojas. Fue la causa de que se resistiera a la acción cuando se violaron las líneas por primera vez y de que volviera con bastante reticencia, subrayando que no se trataba de cambiar al régimen.

Cuando otros, incluido Reino Unido, declinaron compartir su punto de vista, le cargó la responsabilidad al Congreso.

Es posible que sus muchos críticos estén equivocados y que él solo haya tomado una decisión sabia, contra todo pronóstico. Pero si no prospera la propuesta rusa, este enredo se podría convertir en un desastre político.