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Llegada del Apolo 11 a la Luna: Historias de cómo se vivió la hazaña hace 50 años

El 20 de julio de 1969 la NASA logró uno de los grandes hitos de la historia: hacer que un ser humano caminara por la Luna por primera vez. Aquí les compartimos una selección de los mejores relatos de cómo nuestros lectores vivieron el momento, tal como ellos los narraron.

BBC Mundo

Domingo 21 de julio de 2019

Neil Armstrong y "Buzz" Aldrin pueden haber sido los primeros humanos en llegar a la Luna, pero no estaban solos.

Ese 20 de julio de 1969, 650 millones de personas vieron la transmisión televisiva en vivo de la histórica hazaña del Apolo 11, según datos de la NASA.

Le preguntamos a nuestros lectores cómo vivieron ese momento y recibimos una cantidad de historias e imágenes.

Hay desde unos adolescentes colombianos que hicieron un cohete casero (y que casi hieren al alcalde y comandante de policía del pueblo) hasta la uruguaya que conoció a Armstrong y almorzó con él.

Aquí les compartimos una selección de las mejores historias de nuestros lectores, tal como ellos las narraron.


"Armstrong almorzó en el comedor con todos nosotros"

Irene Mikola (Montevideo, Uruguay)

Tenía 24 años y estaba cursando una beca en el Laboratorio de Lenguaje de la Universidad de Michigan en la ciudad de Ann Arbor, Estados Unidos.

Ese día éramos unos 15 o 20 latinoamericanos de Argentina, Perú, Chile, Venezuela y Brasil, sentados frente a un televisor en blanco y negro, mirando con la boca abierta este evento.

Recuerdo la expectativa de ver la salida de los astronautas de la cápsula y esa lentitud y flotación de sus cuerpos en el espacio.

El pisar la Luna y dar los primeros pasos fue el momento más intenso para nosotros. Escuché: "Ah, mi Dios, ¿es una realidad?".

Me acuerdo de darme cuenta de que estaba en una fecha tan importante, en el país que había alcanzado ese logro y en el país de esos tres hombres.

La jarra de Irene Mikola
Gentileza de Irene Mikola
Irene Mikola conserva una jarra con la portada del diario local del pueblo donde nació Armstrong, informando sobre la hazaña del Apolo 11.

En agosto de ese mismo año fui a Springfield, Ohio, a estudiar a la Universidad de Wittenberg. Neil Armstrong nació en Wapakoneta, una ciudad pequeña de ese estado, casi pueblo, muy cercano a Springfield.

Armstrong fue invitado por la universidad a dar una conferencia sobre su experiencia. La charla fue el mediodía y después almorzó en el comedor con todos nosotros.

Pude saludarle. Me pareció un hombre muy sencillo, muy humilde, de un timbre de voz muy suave.

Recuerdo su gorra de visera y que estrechó la mano de cientos de estudiantes, especialmente de los extranjeros que allí estábamos. Todavía conservo una jarra de ese día.


"Se lo he transmitido a mis hijos y espero el momento de hacerlo con mi nieto"

Magin Serfaty (Caracas, Venezuela)

El 20 de julio de 1969 lo tengo fresco en mi mente. Faltaban 6 días para mi cumpleaños número 10.

La mayoría de los muchachos éramos súper fanáticos de todos los vuelos espaciales y se coleccionaba de todo: álbumes, revistas, etc. Además, seguíamos las misiones como se podía.

Por ese entonces se inauguró la primera antena satelital en Venezuela, que estaba ubicada en la población de Camatagua, zona central del país.

Las primeras transmisiones en vivo y vía satélite, con una calidad nada buena y en blanco y negro, se hicieron justamente unos días antes del despegue del Apolo 11.

El día 20 era domingo y desde la noche temprano el canal de televisión privado Radio Caracas Televisión transmitía todo. El presentador oficial era Renny Ottolina, el mejor showman que ha tenido la televisión venezolana.

Magin Serfaty y su hermana
Gentileza de Magin Serfaty
"Yo soy el muchacho y detrás de mí esta mi hermana", explicó Magin Serfaty.

En la casa estaba toda la familia: mi padre, mi madre, mi abuela, mis dos hermanos mayores, un tío y los vecinos con sus hijos. Es que el televisor más grande lo teníamos nosotros. Pero realmente todos estábamos amontonados encima.

En la medida en que iban explicando qué estaba sucediendo, todos aplaudíamos, aunque la verdad es que las imágenes eran terribles. Entre la mala recepción y la pésima transmisión era casi como ver fantasmas de noche con mucha estática.

Más bien cuando Armstrong puso el pie sobre la Luna, esa imagen fue fatal. No se vio casi nada. Pero igual aplaudimos. Y recuerdo que en las otras casas también estaban celebrando.

Aquí en Caracas fue una cosa increíble. Todo el mundo estaba pendiente.

Creo que el que realmente estaba más informado de todo era yo. Llevaba un par de años leyendo absolutamente todo lo que podía, así que iba explicando lo que iba pasando. Y si no lo sabía, inventaba.

Fueron como dos o tres horas que estuve pegado a la pantalla sin moverme.

Recuerdo muy bien las diferencias entre Armstrong y Aldrin caminando: Armstrong caminaba con dificultad, ¡pero Aldrin saltaba! Era increíble.

El alunizaje visto desde una TV de la época.
Getty Images
El aterrizaje en la Luna tal como se vio en una pantalla de televisión en el momento.

Creo que sin lugar a dudas el momento más grande fue cuando desplegaron la bandera y se veía el módulo lunar. Eso y aquel fondo absolutamente negro del espacio.

Todavía sueño con ese momento. Se lo he transmitido a mis hijos y espero el momento de hacerlo con mi nieto, que apenas tiene un mes de nacido.

Para mí es un orgullo ser de esa generación y haberla vivido. Nos tocó ser la transición de algo maravilloso.

Y luego vino Woodstock en agosto de ese mismo año. Pero eso es otra historia...


"El único vecino con TV hizo una función especial y aumentó el costo del ingreso"

Karl Garver (Lima, Perú)

Tenía 10 años y lo vi en el televisor del señor Tipacti. Él era el único vecino que tenía un televisor en blanco y negro, con una antena de unos cuatro metros de altura, elevada sobre la cubierta de la casa.

Su negocio era cobrar unos cuantos centavos de sol peruano para ingresar a la sala de su casa a ver los programas de televisión, sentados en el piso.

Aquella vez fue una función especial, de madrugada, por lo que aumentó el costo del ingreso.

Pasado el tiempo, pienso que aquello fue un gran "negocio" para todos, por lo espectacular de la experiencia.

Karl Garver de niño
Gentileza de Karl Garver
Karl Garver solía ir a ver las aventuras de Jonny Quest en la casa del señor Tipacti, donde luego vería al Apolo 11 alunizar.

La sala del señor Tipacti quedó abarrotada con no menos de 60 personas distribuidas hasta en el primer tercio de los pasadizos de salida de la casa o hasta donde se podía tener contacto visual con el televisor.

Fue inolvidable. En la pantalla repetían el nombre del astronauta Neil Armstrong una y otra vez como el "primer hombre en pisar la Luna", instante aquel en que todos aplaudimos con real algarabía.

Como cuando aplaudíamos en esa misma sala a Jonny Quest (dibujos animados de la época), montado en su "plato volador", evadiendo con éxito el ataque aéreo de los enemigo llegados en naves parecidas a unos "tarros voladores".

O como cuando su padre, el doctor Benton Quest, científico empleado del gobierno de EE.UU., llegaba a su rescate, siempre a tiempo, volando con una mochila de propulsión a chorro sujetada a su espalda.

Pero ese día aplaudimos porque Neil Armstrong daba el primer paso sobre la superficie de la Luna.

De eso hablábamos, de los vuelos espaciales, donde cada uno de nosotros exponía sus propias conjeturas del evento. Las fronteras entre lo real y lo imaginario se tornaban permeables. Así de real, así de imaginario.


"Sembró una pasión que nos inspiró a hacer un cohete"

Ricardo Galindo Flórez (Ibagué, Colombia)

Contaba yo con 16 años y vivía en el ahora desaparecido pueblo de Armero, en Colombia.

Recuerdo que ese hecho fue todo un acontecimiento: en nuestro barrio se montó el televisor más grande que existía, un Sony de 20" con imagen blanco y negro.

Éramos unas 200 personas viéndolo. La señal se perdía por instantes, pero esperábamos pacientemente y, cuando volvía, estallábamos en júbilo.

Hoy siento orgullo y satisfacción de haber sido en cierta medida partícipe de esa hazaña del hombre.

El acontecimiento incluso sembró en mí la pasión por la astronomía y los viajes espaciales, pero también en el pueblo.

Ricardo Galindo junto al cohete casero
Gentileza de Ricardo Galindo
"Al cohete le pusimos como nombre JOFER X 1", contó Ricardo Galindo.

En diciembre de 1969, los muchachos que estábamos en edad de educación media iniciamos una serie de investigaciones y de inventos con el fin de lanzar un artefacto no tripulado fuera de la atmósfera.

Era una aventura fundamentada en escasos conocimientos de física y química aprendidos en la etapa del bachillerato, por lo tanto, era de esperarse que no tuviera éxito.

El diseño y la mecánica del cohete eran simples. Consistían en un tubo metálico con aletas inferiores, lleno de pólvora negra, dividida en dos depósitos: en el primero se encontraba la mecha y el segundo, que tenía un poco más de azufre y pólvora comprimida, servía para propulsar el cohete.

La ingeniería electrónica también tenía su encanto y para ello se utilizaron dos baterías de automóvil. También se diseñó un tablero con bombillos e interruptores para darle más realce al evento.

Asistieron aproximadamente unas 3.000 personas, entre ellas el acalde y el comandante de la policía.

A través de un megáfono se hizo el conteo y, al llegar al cero, todo el mundo quedó expectante esperando el estruendo… pero nada. Se había soltado la mecha.

La multitud empezó a inquietarse y a mirarnos con desconfianza.

El cohete casero de Ricardo Galindo
Gentileza de Ricardo Galindo
En la explosión que provocó el cohete casero nadie resultó herido.

Solucionado el inconveniente, se procedió al segundo conteo, esta vez lográndose con éxito el lanzamiento.

Pero la suerte definitivamente no estaba de parte nuestra, pues el cohete se deslizó lentamente por los tubos que servían de guía y, solo cuando se disparó la segunda carga de pólvora, logró liberarse, desviándose precisamente hacia donde se encontraban el alcalde y el comandante de la policía.

Ellos, al ver venir el aparato descontrolado y echando fuego, salieron corriendo llenos de temor.

El alcalde quedó enredado en una cerca de alambre de púas y el comandante de la policía se clavó de cabeza en una alberca de depósito de agua para los caballos.


"Éramos hiperactivos y lo vimos porque nos mandaron al salón de música"

Titov Sigfrido López Aguilar (Ciudad de Guatemala, Guatemala)

Estudiaba el grado último de párvulos en la "Casa del Niño No. 4", de la Sociedad Protectora del Niño, de Guatemala.

Es una de las casas que recibe niños desde recién nacidos hasta que pasan a la escuela primaria. Ingresé en junio de 1966, contando con 2 años y 4 meses de edad.

Mi amigo Joaquín Medina y yo, sin saberlo, éramos hiperactivos y los únicos que no dormíamos por la tarde. Entonces nos mandaban al salón de música a leer revistas y repasar tareas escolares.

Titov Sigfrido López Aguilar de niño
Gentileza de Titov Sigfrido López Aguilar
Titov Sigfrido López Aguilar tuvo la "suerte" de ver el alunizaje por ser hiperactivo y no dormir siesta.

El día que Neil Amstrong posaba su bota en la superficie lunar contábamos con 5 años y 5 meses de edad y, para nuestra suerte, estábamos en ese salón para ver en la televisión ese inolvidable momento mundial.

Fue un imborrable recuerdo para nuestras vidas. Año con año recordamos ese episodio, pues Joaquín y yo seguimos siendo amigos y hermanos.

Pero este episodio de la carrera espacial no es el único que marcó mi vida.

Es que los nombres de mis hermanos y el mío provienen de los primeros tres cosmonautas. Mi hermano mayor es Yuri Estuardo, en honor a Yuri Gagarin; el mío, Titov Sigfrido, en honor a Gherman Titov; y Ennio Vladimir en honor a Vladimir Komarov.

Mi papá admiraba a la Unión Soviética y encontró los nombres en una revista de Life en español, en las páginas del centro, que tenía la descripción de las misiones espaciales: a la izquierda las de URSS y a la derecha las de Estados Unidos.

Mi papá coleccionaba esas revistas y las guardó por más de 30 años, hasta que el paso de los años y las polillas se las terminaron.


"Aunque no logré ser astronauta, no he abandonado el sueño de viajar al espacio"

Juan Eduardo Montiveros (Misiones, Argentina)

Cursaba el cuarto grado de la escuela primaria y nuestra maestra nos dio como tarea hacer el seguimiento del acontecimiento, confeccionando un informe con recortes periodísticos de los sucesos e hitos.

Lo vi con mis padres por televisión, en compañía de mi familia y lo recuerdo vívidamente.

Ese domingo 20 de julio desde las tres de la tarde estaba atento al alunizaje del módulo lunar Águila que se concretó unos 18 o 20 minutos después de las 4 de la tarde.

Todos estábamos emocionados y expectantes aunque el momento más importante estaba por llegar.

Me refiero al momento en que el comandante de la misión, Neil Armstrong, saldría del módulo y posaría sus pies en la superficie lunar. Eso sucedió alrededor de las 11 de la noche de ese domingo.

Juan Eduardo Montiveros de niño.
Gentileza de Juan Eduardo Montiveros
Juan Eduardo Montiveros tenía 8 años cuando sucedió el alunizaje y todavía hoy sueña con ir al espacio.

Las imágenes en el televisor, que por no ser a color (Argentina incorporaría esa tecnología recién en 1978, con ocasión del Mundial de fútbol) eran poco claras.

Pero igual se distinguía al astronauta descendiendo por las escaleras del módulo y la voz en off del locutor traducía las palabras del inglés al castellano, que con bastante interferencia se escuchaban en la transmisión.

Así pude comprender la famosa frase de Neil Armstrong: "Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad", y su primera opinión sobre la superficie de la Luna, mientras daba sus primeros pasos en ella, de "carbón y escoria".

Recuerdo esto claramente porque lo escribí en mi trabajo práctico y la maestra lo resaltó en clase, ya que era el único que lo había consignado en el escrito.

Luego con el tiempo comprendí que no todos mis compañeros pudieron ver el alunizaje, ya que no tenían televisor en sus casas. El aparato en esa época podría costar entre 97 mil y 115 mil pesos en efectivo.

En el transcurrir de los días se podía leer en los diarios de la época y en la televisión anuncios publicitarios que decían, por ejemplo, que Kodak iba a "revelar los secretos de la Luna".

Dicha proeza histórica y la tarea escolar creó en mí un interés profundo por la astronáutica, las naves espaciales y la astronomía. Y aunque no logré ser astronauta, no he abandonado el sueño de viajar al espacio alguna vez.

Hoy me desempeño en la docencia y trato de transmitir a mis alumnos que la frontera final, el espacio, nos aguarda y que hay que ir adelante a través de lo imposible.