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Se enfrentaron al gobierno militar de Augusto Pinochet con los trazos coloridos de sus pinceles. Cuarenta años después, los miembros de la Brigada Ramona Parra siguen reivindicando mejoras en la sociedad chilena con su arte.

24Horas.cl TVN

Domingo 8 de septiembre de 2013

Gideon Long BBC, Santiago

Los murales de la Brigada Ramona Parra decoran diversos lugares de la capital chilena.

Si camina por los alrededores del GAM, el Centro Cultural Gabriela Mistral en Santiago, la capital de Chile, se encontrará con un llamativo mural de 25 metros de ancho y tres de alto que cubre toda la pared del edificio.

De colores intensos y brillantes, representa a un minero, un estudiante, un pescador y un miembro de la mayor comunidad indígena chilena, los mapuches.

Más abajo, en la carretera por la que se llega a la sede de la CUT (la Central Unitaria de Trabajadores), el principal sindicato del país, encontrará otro mural que da a un patio y que cuenta la historia de los trabajadores chilenos.

Ambos murales están pintados con el mismo estilo distintivo. Los colores son básicos y los rostros, generalmente de rasgos indígenas, están hechos con trazos gruesos negros.

El rojo, blanco y azul de la bandera chilena son un motivo recurrente.

Ambas pinturas, como muchos otros murales en todo el país, son obra de la Brigada Ramona Parra (BRP), uno de los colectivos artísticos más destacados y resistentes de América Latina.

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Fundado en 1968 por un grupo de comunistas chilenos, la BRP tomó el nombre de Ramona Parra, una joven de 19 años que murió por un disparo de la policía durante una protesta en Santiago en 1946.

Inspirado por el espíritu revolucionario de finales de la década de 1960, los miembros de la BRP salieron a las calles de Santiago a pintar.

Para ellos, los murales no eran solo un modo de iluminar las apagadas paredes de la ciudad, sino una vía para fomentar un cambio social radical.

'R' de resistencia

En 1970, la propaganda de la BRP impulsó al candidato socialista Salvador Allende a la Presidencia de Chile.

Pero en 1973, su trabajo fue cortado de raíz. El general Augusto Pinochet tomó el poder en un golpe militar y el Partido Comunista fue ilegalizado.

Los activistas de la BRP fueron torturados y muchos de ellos se fueron al exilio. El gobierno militar cubrió sus murales.

En ese tiempo, la BRP se convirtió en un grupo clandestino y seguía pintando en un desafío al régimen totalitario.

"Trabajábamos de forma clandestina", afirma Juan Tralma, miembro fundador de la BRP. "No era posible hacer grandes murales. Lo que más se podía hacer era una R que llevaba un círculo arriba con una estrella. La R por resistencia, el círculo era señal de unidad y la estrella era un símbolo de la Brigada Ramora Parra".

"Había que estar con los ojos bien abiertos porque la policía actuaba en cualquier momento y nos reprimía", recuerda por su parte Beto Pasten, otro veterano de la BRP.

"Llegaban pateando tarros, los tiraban ... las pinturas, los murales y nos íbamos todos presos. Muchos de los murales se pintaban el fin de semana durante la dictadura, el día lunes de madrugada eran todos borrados con negro (...) Volvíamos a la semana siguiente y los pintábamos de nuevo, encima de su pintura negra".

Con la vuelta de la democracia en 1990, la BRP salió de la clandestinidad y volvió a pintar murales en todo Chile, América Latina e incluso en lugares tan lejanos como Bélgica, Holanda, Alemania e Irlanda.

Murales contemporáneos

Hoy en día, los murales colectivos en Chile defienden causas contemporáneas como los derechos de los trabajadores y los indígenas y la reforma educativa.

El 11 de septiembre, es el 40 aniversario del golpe militar en Chile. Tralma, que tenía 26 años en aquel momento recuerda perfectamente lo que estaba haciendo en aquel momento.

"Salimos y hablamos con los milicos. Creo que no sabían exactamente lo que estaba sucediendo. Sólo cuando se bombardea la Moneda (el Palacio Presidencial) y los cuerpos empiezan a aparecer en las calles de Santiago, recién empezamos a decir: esto es más grave de lo que nosotros pensábamos".

Según se fue consolidando el régimen, la BRP se dividió. Algunos jóvenes comunistas querían combatir militarmente al gobierno de Pinochet, mientras que otros -incluido Tralma- lo veían algo muy peligroso.

Su visión triunfó y Tralma, como miles de izquierdistas chilenos, tenían que actuar a la sombra para evitar ser detenidos.

Él acabó huyendo a Argentina donde vivió durante una década.

Ahora, cuando reflexiona sobre el golpe, dice estar convencido de que la decisión de la BRP fue la correcta frente a la posibilidad de enfrentar a las fuerzas del general Pinochet.

"Era una dictadura poderosa y brutal", afirma. "¿Qué es lo que hacíamos nosotros? Teníamos tarros con pinturas y brochas contra metralletas de los milicos. Entonces, el salir a la calle, el salir a denunciar el golpe militar iera una masacre".