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El último héroe americano

Manuel Maira revisa el legado Jack White, el talentoso autor que explotó con The White Stripes, y que ahora demuestra todo su potencial como solista.

Manuel Maira

Lunes 4 de junio de 2012

Me gustaba The White Stripes pero no era un fanático duro. No como los que esa fría noche de mayo eran mayoría en el estadio Víctor Jara, cuando todavía recibía conciertos. En vez de estar en un extremo, como siempre, esta vez el escenario estaba ubicado a un costado de la multicancha, con una minimalista ambientación en rojo, blanco y negro, como una señal de que lo que venía era especial.

Como poseído por el peor de los diablos, Jack White pasaba de la guitarra al piano cantando una canción tras otra con la compañía de Meg en batería, llenando cada rincón del estadio con muy poco. En un momento de su apasionada performance, en vez de preocuparse por haber cortado una cuerda, el accidente lo impulsó a rematar endemoniado una de las 27 canciones que mostró en su primera y única visita a Chile. Fue un momento inolvidable de un concierto inolvidable.

Esa noche, Jack White dejó la sensación de estar en una galaxia muy lejana al del resto de los mortales, de un tipo único en su especie, que no necesita escenarios en 360 grados ni pantallas LED para dejar con la boca abierta. Un micrófono, una guitarra y/o un piano, le bastaban para conducir un torrente de energía y un carisma que no tiene que ver con hablarle al público, ni con citar al país de turno. Lo de Jack White tiene que ver con sangre, con música que corre por las venas.  

De ese memorable concierto han pasado siete años y muchas cosas en el camino de este tipo de Detroit que antes de ser conocido como músico, se dedicó a restaurar muebles. Entregó su talento a The Racounters y The Dead Weather; disolvió The White Stripes; protagonizó el documental sobre la guitarra eléctrica, “It might get loud”, con Jimmy Page y The Edge; y se separó de su mujer, entre varias otras cosas.

Ahora debuta como solista con un disco que llamó “Blunderbass” y que suma capas y colores al minimalismo del desaparecido dúo que lideró y lo puso en el mapa. Son 13 canciones que traen de vuelta a un artista que juega bien donde lo pongan. Acá hay rock and roll clásico que lo hace mostrar su destreza guitarrera, hay blues, hay un piano eléctrico proatagonista, hay cuerdas, hay energía punk a ratos, hay coros y quiebres. Hasta hay un pasaje que parece una canción de cuna y hay relatos derivados de su divorcio. En “Blunderbass” hay pena, inquietud y sobre todo, un tipo que siente la urgencia de entregar música un paso más adelante del resto.