Un ladrón de Pennsylvania se creyó ser muy astuto y decidió robarle a un taxista.
Se subió en la parte trasera del auto con su rostro completamente cubierto. Sacó el arma y amenazó al conductor para que le entregara todo su dinero. El hombre no dudó en entregárselo, pero el asaltante insistía que le diera también su billetera.
Lo que el delincuente no alcanzó a notar era que justo detrás del taxi había un auto de policía con las balizas apagadas. Pasados unos segundos un uniformado notó que el taxi no se movía y quiso averiguar qué sucedía, encendió las balizas y se dirigió al auto encontrándose con el delincuente en el asiento.