Sale de la oficina pensando en el fin de semana. Mientras avanza por el pasillo detecta una cara que le resulta familiar, aunque no es capaz recordar de qué.
Aguanta la incomodidad de los primeros momentos de la conversación fingiendo que ese vacío de su memoria no existe. Cuando se fija en la sonrisa de la persona, algo se dispara dentro de su mente.
Su cabeza se llena de imágenes, lugares y nombres de su juventud.
Respira aliviada por haber reconocido a un viejo amigo. Donde hace unos minutos había un desierto de la memoria solamente habitado por la sensación de familiaridad, ahora hay un mar de recuerdos.
La diferencia entre saber y recordar
No es lo mismo saber algo que recordarlo. Por ejemplo, sabemos qué es una naranja o qué significa la palabra madrugar sin recordar exactamente cuándo y dónde adquirimos esa información.
Este tipo de conocimiento es muy útil porque resultaría abrumador recordar uno a uno todos los días que hemos tenido que madrugar solo para saber el significado de esa palabra.
Muy distinto es lo que experimentamos cuando nos acordamos de lo que hemos desayunado esta mañana o de dónde celebramos nuestro último cumpleaños.
A esta sensación tan íntima de poder revivir acontecimientos concretos de nuestra vida de forma detallada los psicólogos la denominan “sensación de recordar”.
Todos los recuerdos que podemos expresar verbalmente se incluyen dentro de nuestra memoria declarativa, que a su vez se divide en dos tipos.
Por un lado está la capacidad para revivir con detalle eventos de nuestro pasado, conocida como memoria episódica (lo que recordamos).
Y por otro, el conocimiento general sobre el mundo, denominado memoria semántica (lo que sabemos).
El papel del hipocampo para recordar
En un estudio en el que utilizamos magnetoencefalografía pudimos registrar los ritmos cerebrales de personas sanas mientras realizaban una tarea de memoria.
Observamos que el ritmo alfa (en torno a los 12 hercios) cambiaba más intensamente cuando las personas eran capaces de recordar los detalles asociados al evento que cuando simplemente sabían que el estímulo lo habían visto antes.
Cuando buscamos en qué regiones cerebrales se producía el efecto observamos que el hipocampo entraba en juego exclusivamente si la persona era capaz de recordar el episodio completo.
Aunque el hipocampo forma parte de una amplia red de circuitos cerebrales que se activan durante el recuerdo, se trata de una estructura imprescindible para el funcionamiento de la memoria episódica.
De hecho, las personas adultas que sufren una lesión en el hipocampo desarrollan amnesia anterógrada y pierden la capacidad para crear nuevos recuerdos episódicos.
Afortunadamente, estos pacientes mantienen intacta su capacidad para usar la memoria semántica: no tienen problemas de lenguaje y pueden identificar perfectamente objetos de su entorno.
Niños que saben pero no recuerdan
¿Es imprescindible crear recuerdos episódicos para generar conocimiento general sobre el mundo?
De forma intuitiva pensamos que es necesario registrar varias experiencias con perros para generar el concepto de “perro”.
El caso de los adultos con amnesia anterógrada no nos permite responder fácilmente a esta pregunta, porque generaron su memoria semántica antes de la lesión.
Pero, ¿qué ocurre si un niño sufre este tipo de lesión al poco de nacer? Sería un niño sin recuerdos sobre su pasado personal. ¿Podría aprender el significado de las palabras o reconocer los objetos?
La psicóloga Faraneh Vargha-Khadem y sus colaboradores llevan años estudiando los casos de amnesia del desarrollo provocados por un daño temprano en el hipocampo.
Los primeros casos estudiados fueron tres niños llamados Beth, Jon y Kate. Tal y como ocurre en los adultos, no podían recordar el último programa de televisión que habían visto o qué les habían regalado por su cumpleaños.
A pesar de esta dificultad, parecían haber adquirido conocimiento semántico sin problemas. Sorprendentemente, estos niños habían adquirido vocabulario, iban al colegio y se relacionaban con su entorno sin poder recordar dónde estuvieron el día anterior.
Vargha-Khadem cuenta una anécdota con el paciente Jon que pone de manifiesto esta diferencia entre recordar y saber.
Jon hacía siempre el mismo camino para ir a su laboratorio en Londres: cogía el metro en una estación cercana y cuando llegaba a su destino subía en ascensor hasta la superficie.
Sin embargo, ese día el ascensor estaba averiado y tuvo que subir varios pisos por las escaleras. Cuando llegó al laboratorio no recordaba nada de lo ocurrido e indicó que había subido en ascensor.
Cuando le preguntaron “¿Cómo sabes que has usado el ascensor hoy?”, él respondió: “Yo siempre subo en ascensor”. Es decir, ante la imposibilidad de recordar lo que había ocurrido, utilizó su conocimiento semántico para responder a la pregunta.
Estos datos nos indican que saber y recordar son dos formas de acceder a nuestro pasado que dependen de regiones cerebrales diferentes.
Lo que nos enseñan los niños con amnesia del desarrollo es que, aunque no recordemos cada experiencia con detalle, probablemente todas estén contribuyendo a nuestra capacidad para entender el mundo que nos rodea.
*María del Carmen Martín-Buro García de Dionisio es profesora de Psicología Experimental, Universidad Rey Juan Carlos.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo la licencia Creative Commons. Haz clic aquí para leer la versión original y ver los vínculos a los estudios citados.