En la vida moderna, comer rápido se ha vuelto casi una norma. Sin embargo, lo que parece una simple costumbre puede tener consecuencias importantes para la salud, ya que quienes aceleran sus comidas podrían estar acumulando más grasa abdominal y aumentando su riesgo de problemas metabólicos y cardiovasculares.
El problema no radica únicamente en la cantidad de alimentos ingeridos, sino en cómo el cuerpo responde cuando se come demasiado rápido. Al hacerlo, se alteran las señales de saciedad que envía el sistema digestivo al cerebro, lo que provoca que se consuman más calorías antes de sentirse lleno.
Según estudios, esto puede significar entre 100 y 200 calorías extras por comida en comparación con quienes comen pausadamente, informó BBC.
Además, el ritmo acelerado al comer suele ir de la mano con elecciones menos saludables. La tendencia es optar por alimentos ultraprocesados, ricos en azúcares refinados, harinas blancas y grasas saturadas. Esta combinación provoca picos elevados de glucosa en la sangre y un exceso de insulina, favoreciendo la acumulación de grasa en la zona abdominal y aumentando el riesgo de resistencia a esta hormona.
Beneficios de comer lento
Comer despacio, por el contrario, ofrece múltiples beneficios. Permite que el organismo libere hormonas de saciedad, como la leptina y el péptido YY, ayudando a regular el apetito y el metabolismo. Los expertos recomiendan masticar cada bocado entre 20 y 30 veces, dejar los cubiertos entre bocados, evitar distracciones y beber agua durante la comida.
Adoptar un ritmo más pausado no solo mejora la digestión, sino que se convierte en una estrategia simple y efectiva para controlar el peso, reducir la grasa abdominal y proteger la salud metabólica a largo plazo. Comer despacio, finalmente, no es solo una cuestión de cortesía o disfrute del plato: es un hábito de bienestar.