Aunque el Tyrannosaurus rex (T. rex) se desarrolló en América del Norte, sus raíces más profundas están en otro continente. Un nuevo estudio publicado en Royal Society Open Science revela que este emblemático depredador del Cretácico desciende de ancestros asiáticos que cruzaron hacia América del Norte hace unos 70 millones de años.
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La investigación, liderada por científicos del University College London y el Museo Argentino de Ciencias Naturales, reconstruyó rutas migratorias usando modelos biogeográficos y climáticos, combinando datos fósiles con análisis filogenéticos. Según los autores, los ancestros del T. rex habrían cruzado un puente terrestre entre Siberia y Alaska, ocupando un nuevo nicho ecológico en lo que hoy conocemos como Laramidia.
“Estos hallazgos iluminan cómo aparecieron los tiranosaurios más grandes en América y por qué crecieron tanto”, señaló Charlie Scherer, coautor del estudio.
De Asia a América: un viaje de millones de años
Este hallazgo refuerza la relación entre el T. rex y especies asiáticas como el Tarbosaurus, y desafía teorías anteriores que proponían un origen exclusivamente americano. La migración habría sido favorecida por extinciones previas y cambios climáticos extremos que abrieron nuevas oportunidades ecológicas.
Los megaraptores: los primos del sur
El estudio también rastrea la evolución de otro grupo de depredadores gigantes, los megaraptores, que desarrollaron una fisionomía distinta: cráneos alargados, garras curvas de 35 cm y extremidades delanteras más largas. Surgieron en Asia hace 120 millones de años y se dispersaron por Europa, África, Sudamérica, Australia y posiblemente la Antártida.
Mientras los tiranosáuridos dominaron el hemisferio norte, los megaraptores ocuparon el rol de superdepredadores en el sur.
Clima extremo y evolución del gigantismo
Uno de los puntos más interesantes del estudio es el rol del clima en la evolución de estas especies. Durante el Máximo Térmico del Cretácico, hace unos 92 millones de años, las temperaturas oceánicas alcanzaron hasta 35 °C. Pero luego vino un descenso abrupto, que causó la extinción de otros grandes depredadores como los carcharodontosáuridos.
Ese vacío ecológico fue ocupado por tiranosáuridos y megaraptores, quienes desarrollaron adaptaciones al frío, como posibles plumas o una fisiología más eficiente para conservar calor.
El T. rex llegó a pesar hasta 9 toneladas, y algunos megaraptores alcanzaron los 10 metros de largo, tamaños comparables a un vehículo blindado.
Una historia en construcción
Aunque este trabajo representa un gran avance, los investigadores advierten que faltan fósiles clave, especialmente en Asia, Europa y África. El enfoque interdisciplinario del estudio —que mezcla paleontología, geografía evolutiva y clima— demuestra que la historia del T. rex y sus parientes fue mucho más dinámica y global de lo que se pensaba.
“Probablemente crecieron hasta ese tamaño para ocupar el espacio dejado por los carcharodontosáuridos”, explica Scherer.
La historia del T. rex ya no es solo la de un coloso norteamericano: es la de una especie moldeada por migraciones, extinciones masivas y transformaciones climáticas, en una verdadera danza evolutiva entre ambiente y biología.